Análisis The Last Worker: una distopía sobre la automatización y el trabajo

  • Una aventura narrativa diseñada para VR que trata sobre los robots, sobre el capitalismo y la revolución

  • The Last Worker cuenta con personajes interesantes y una historia digna de ser contada

  • Aunque su premisa resulta apasionante, a medida que avanza pierde fuelle

Desde luego que el tema no puede estar más de actualidad. La aparición de las nuevas Inteligencias Artificiales y el desarrollo exponencial de la robótica ha vuelto a reabrir el debate de la desaparición de millones de puestos de trabajo en el mundo en favor de las máquinas, un debate que ya se generó al principio de la revolución industrial. The Last Worker, un videojuego independiente desarrollado para VR pero que también funciona en versión ‘plana’, nos pone en la piel del último trabajador de una megacorporación de envíos por correo casi controlada al 100% por máquinas. Una distopía muy interesante que habla del trabajo mecanizado y su futuro inmediato, pero también del futuro del capitalismo y de la disidencia al sistema. 

Una secuencia de introducción nos pone en contexto y nos presenta a Kurt, un empleado de Jüngle, una megacorporación que domina el mundo del comercio online (una especie de Amazon del futuro). Kurt tiene que lidiar con su trabajo monótono y aburrido, seleccionando cajas, etiquetándolas y conduciéndolas a su destino. Jüngle cuenta con muchos empleados, pero vemos cómo muchos de ellos cometen errores: dejan caer alguna caja o se equivocan a la hora de catalogar un envío. Ante estos fallos humanos, la empresa empieza a deshacerse de trabajadores y a sustituirlos por máquinas que nunca se equivocan. Pasan los años y el meticuloso trabajo de Kurt, libre de fallos, le mantiene en su puesto hasta que se convierte en el último trabajador humano de la compañía.

Aquí comienza nuestra aventura, tomando el papel de Kurt y realizando su rutinario trabajo para aprender a tomar los mandos del juego. La aventura, en una perspectiva en primera persona, nos coloca sobre un vehículo de trabajo conocido como JünglePod, un vehículo que se desliza en el aire y que nos permite trasladarnos en todas direcciones y cargar mercancías en su zona de carga. Sobre este vehículo, que cuenta con un espejo retrovisor en el que podemos ver reflejada la cara de nuestro protagonista, realizaremos nuestro trabajo. Eso sí, armados con la otra herrmienta fundamental: la JüngleGun, una especie de pistola gravitacional que nos permite alcanzar mercancías pesadas desde lejos y llevarlas en el aire hasta nuestro vehículo o colocarlas en las estaciones de envío o reciclado.

En los primeros compases del juego, nos dedicaremos al duro trabajo, recogiendo cajas, etiquetándolas de manera correcta y transportándolas a sus lugares correspondientes, ya sea para enviarlas a sus destinatarios o para reciclarlas si están defectuosas o se trata de pedidos equivocados. Esto nos ayuda a meternos en la historia, a conocer un poco de contexto de lo que está ocurriendo en la corporación y a interiorizar las mecánicas. A medida que avanzamos iremos mejorando la JüngleGun, que podrá hacer cada vez más cosas sorprendentes, y resolveremos distintos puzles para seguir adelante. Todo ello, acompañados por un pesado robot llamado Skew que se cree que somos nuevos en la empresa y se empeña en enseñarnos cómo funciona todo.

Capitalismo vs. Revolución

Por supuesto, trabajar moviendo bultos en un gigantesco almacén sólo será el principio del juego. Enseguida nos damos cuenta de que algo no va nada bien, y comenzamos a meternos de lleno en una historia futurista sobre un despiadado sistema capitalista y la disidencia que lucha por derrotarlo. Aquí Kurt deberá tomar partido. El juego combina elementos de simulación, sigilo y exploración en un entorno distópico, mecanizado y opresivo.

El juego fue diseñado desde el principio para VR, y es sin duda la mejor manera de disfrutarlo (puedes jugarlo en PC o en PSVR2), pero también se puede jugar con un mando y una pantalla, aunque hay que decir que aquí tiene algunos problemas. El primero de ellos es que podemos perder mucha información que nos rodea y que con un casco de VR veríamos sin problema girando la cabeza, pero que se oculta bastante en el modo ‘flat’ ya que en los juegos en primera persona no nos solemos pasar todo el rato girando la visión en todas las direcciones. Otro elemento es que muchas acciones relacionadas con el control del vehículo y la pistola para agarrar y soltar objetos, que seguro son muy simples utilizando los mandos adaptativos de la VR, con la combinación de botones del mando convencional son un poco lío y no funcionan del todo bien.  

El juego, en modo VR, consigue mucha más sensación de inmersión lógicamente, pero esa inmersión puede romperse fácilmente si te ves obligado a activar los subtítulos en castellano (y es que el juego sólo cuenta con voces en inglés, con un fabuloso casting de actores, por cierto). Esto, unido a que los controles son algo torpes y poco precisos, lo que dificulta algunas acciones como coger o lanzar objetos, y algunos fallos técnicos rompen la ilusión, tanto en VR como en modo plano.

Como ya hemos dicho, la historia es el punto fuerte del juego, aunque tampoco es muy original ni sorprendente y, aunque la premisa y los temas que trata nos fascinan, termina cayendo en clichés y estereotipos. El juego intentas presentar una crítica social al capitalismo, la explotación laboral y la alienación tecnológica y lo hace con un tono humorístico e irónico que suele funcionar y consigue mantenernos enganchados para concluir la aventura (algo que podemos hacer en 4 o 5 horas, una duración habitual en títulos de VR pero algo escasa fuera de ella).

A nivel técnico cumple, pero sin tirar cohetes. Destaca el diseño de los personajes y la animación, a cargo del estudio de animación londinense Oiffy, que optan por un dibujo minimalista pero muy estilo cartoon que le sienta muy bien. La banda sonora es extraordinaria.

En definitiva…

The Last Worker es un juego diferente, que nos ofrece una experiencia narrativa cuya premisa y mensaje crítico y reflexivo es el principal reclamo para nosotros. Sin embargo, tiene sus defectos y limitaciones, y fuera de la VR es más difícil de disfrutar. También termina cayendo en clichés que hemos visto ya muchas veces y su historia se desinfla un poco. Los puzles a los que nos enfrenta son sencillos y su única dificultad es el problema con el propio control de juego.