Después de dos meses de confinamiento y de cierre de las fronteras, la ciudad china en la que se originó el COVID-19 (supuestamente, tras la compra de un murciélago o de un pangolín en un mercado) ha vuelto a una relativa normalidad. Sus 11 millones de habitantes (muchos de ellos viven solos) cuentan que han pasado “una gran ansiedad” y todavía toman muchas medidas de precaución.
A todos ellos se les ve con mascarilla paseando por las calles o haciendo deporte y dicen que, ahora, "cualquier cosa les hace feliz". Para entrar en una tienda, tienen que pasar un código QR que identifique que están sanos, deben esperar a que les tomen la temperatura o comprar la fruta y los alimentos frescos a través de una valla.