El misterio del 'Cerro de los Santos', el yacimiento más importante de nuestro país

cuatro.com 13/10/2014 02:26

Juan Amat, de profesión relojero, se convulsiona en un camastro, hay alguien cerca de su cama, siempre ocurre al llegar la noche. Él no está loco, son ellos, ellos son quienes le han arruinado y ahora quieren que pierdan la cabeza.

Arthur Angel tardo 5 segundos en comprobar que la leyenda era cierta, Amat, el relojero de Yecla, había perdido el juicio. Los esfuerzos por recomponer su cordura fueron inútiles, el prestigioso historiador pretendía llegar al origen de un misterio oscurecido por la bruma del tiempo.

El arqueólogo francés buscaba las claves de algo sucedido 30 años antes, era la única forma de explicar la maldición que se había cebado con algunas personas influyentes y muy sabias.

La raíz de todo comenzó en 1870, en un paraje conocido como el ‘Cerro de los Santos’, cerca del pueblo albaceteño de Montealegre del Castillo. Allí se había producido un hallazgo sensacional para el que nadie parecía estar preparado. Aparecieron centenares de figuras de gran tamaño, eran mensajeros de una cultura de piedra completamente ignorada.

Se acababa de descubrir un remoto santuario que nada tenía que ver con griegos, romanos, fenicios o egipcios… aquella cultura era oficialmente imposible, los iberos no existían como concepto pero acababan de resucitar de 2500 años de largo sueño.

Amat fue uno de los primeros en darse cuenta del hallazgo. Juan de Dios de la Rada era el gran catedrático de la historia de España y al escuchar la noticia no dudo en llegar a acuerdos con Amat para comprar aquellas piezas prodigiosas con destino al Museo Arqueológico Nacional. Estaba obsesionado y no paró hasta conseguir toda la colección de la primera gran cultura española, algo que impresionaría al mundo entero.

Dominados, unos por los sueños de grandeza y otros por el dinero fácil, comenzó la locura por las figuras del ‘Cerro de los Santos’.

Amat pensó que había una forma más sencilla de satisfacer al catedrático, y así, como un reto y una trampa, se dedicó noches enteras a crear extrañas figuras de piedra. Llegó incluso a escribir extrañas palabras para dotar de grafías únicas aquellas criaturas. Catapultado por su ansia, grabó también letras en trozos de esculturas auténticas para revalorizarlas.

Juan de Dios de la Rada, con una trayectoria impecable, se dejó engañar. Al presentar su trabajo, sin distinguir unas de otras, quedó en ridículo ante el mundo y el catedrático no pudo superar el varapalo, el deshonor, la pesadilla, el amargo recuerdo le persiguió cada día hasta el final de su vida.

Aquella energía que se presenta todas las noches en la habitación de Amat en el psiquiátrico es la Dama, la Dama Fúnebre del Cerro, embajadora de todas las figuras de dioses que él, por ansia de dinero, profanó una y cien veces. Ya no vale el arrepentimiento.