Los protagonistas olvidados de esta tragedia: así son los entierros de las víctimas del coronavirus

  • Los protagonistas olvidados de esta tragedia son enterrados en soledad o con un puñado de familiares que ni siquiera se pueden abrazar.

  • Su imagen retrata lo que es esta pandemia con miles de muertos

Hay quien dirá que puede desmoralizar el reportaje que van a ver, pero no contárselo es no decir la verdad de lo que está sucediendo, es faltar al deber de nuestro trabajo como periodistas. El faltar al respeto póstumo de los que han perdido su vida en esta epidemia.

Imaginen que se han caído 70 aviones de pasajeros en un mes, más de dos por día. Sin embargo, en los medios de comunicación lo que se encuentran es a sanitarios trabajando en condiciones durísimas, largas ruedas de prensa muchas de ellas huecas y un sinfín de videos de gente entreteniéndose en sus casas. Las imágenes de la epidemia de la gripe española de hace un siglo son básicamente sanitarios y ataúdes, se imaginan que dentro de varias décadas cuando se pregunten por lo que pasó hoy vean sanitarios pero del otro lado gente aburriéndose en su casa. ¿Es que en la epidemia del 2020 no hubo muertos? Se preguntarían con razón.

Sin embargo, parece que hoy no hay ni rastro de quienes son los muertos de esta epidemia. De los que en el último momento de su vida hubiesen robado la última página de su vida. Se quedo en blanco el folio que contaba que murió rodeado de su familia, con su pareja cogiéndole la mano, durmiendo en su cama, etc. Han muerto en la soledad de la cama de un hospital sin la familia ni amigos que crearon. Las medidas de protección contra el virus impide las visitas a enfermos. “No he dejado de pensar : ¿Qué se le habrá pasado por la cabeza en esos días?”, lo dice Luis refiriéndose a su padre, Jenaro Uriarte, fallecido en Madrid por coronavirus.

También desaparecida la labor de los que tienen que darles sepultura o incinerar a esos miles de muertos. Como si hiciesen un trabajo que nadie quiere ver pero que sería insoportable para todos que se hiciese mal. En una pandemia, hay esencialmente dos caras los que intentan superar su infección y los que se mueren. El resto son añadidos. Sin embargo, parece que sólo viésemos una de ellas y a veces a medias.

Donde entramos , en el cementerio Sur de Madrid vemos la otra, la que prueba que este virus sea tan grave. Las estadísticas dejan de ser un número y se convierten en Jenaro Uriarte Ibarra, Carlos Sanchez, Juan Fernández... Son tres breves apuntes de un tragedia.

Aquí no hay curvas que valgan, que suban o que bajen porque llegaron tarde. Aquí ni siquiera caben los abrazos entre hijos que van a incinerar a su padre. Se imaginan que tienen que elegir que familiares o amigos con un máximo de 4 pueden ir a enterrar a un ser querido, que los que se quedan fuera de la lista verán, en el mejor de los casos, a través de un video de wasap, igual que llegan los memes, el entierro de la persona que querían. Se imaginan que su familiar es enterrado solo porque los familiares no pueden viajar o están en el hospital…Pues eso es lo que está sucediendo ahora mismo en España. Sin embargo, parece como si no existiese. La imagen que resume lo que es esta epidemia es la de una familia reducida a la mínima expresión separada entre sí para despedir a su padre, madre…

Por eso cuando Antonio Palomares Molina, mi operador de cámara, y yo entramos en el Cementerio Sur de Madrid las tres únicas familias con la que nos encontramos , las de Jerano, Carlos o Juan nos permitieron grabar el entierro o incineración. Parecía como si por fin alguien se hubiese fijado en ellos, en sus familiares, en los protagonistas, perdedores y olvidados de esta pandemia. Y eso que sólo son tres de los más de doce mil muertos que llevamos hasta ahora.

Nos abrieron su corazón en los momentos más duros y nos contaron las historias de sus familiares fallecidos. Al día siguiente nos enviaron sus fotos para ilustrar el reportaje querían que su historia fuese escuchada.

También olvidado es el papel de las funerarias como la municipal de Madrid. Es de agradecer que nos hubiese permitido visitar sus instalaciones. Un ejercicio de transparencia tan necesario en otras administraciones públicas. Muchas tratan de disimular su incompetencia lanzando declaraciones una detrás de otra pero, eso sí, con las puertas de sus organismos bien cerradas al escrutinio público.

Dentro la empresa pública de servicios funerarios de Madrid nos podemos encontrar con que hay relaciones públicas están trabajando en el crematorio, o informáticos que están ayudando a llevar ataúdes. Vaya con estos funcionarios. En situaciones similares cuantos empleados de empresas privadas dirían a sus jefes “a mi no me pagan para hacer eso”, en la funeraria municipal tampoco, pero lo hacen.

Al abrir las puertas comprobamos que las salas de los velatorios de la M-30 están vacíos. Nada hay de un bulo que circuló en el que se comentaban que los ataúdes estaban aquí apilados. También nos aclararon que ellos no tenían nada que ver con la morgue improvisada en la pista de patinaje de hielo en Madrid. Nos aclaran que eso se gestiona desde la Comunidad de Madrid y que los cadáveres que están allí pertenecen a funerarias privadas o a hospitales que se han quedado sin capacidad de almacenamiento. También supimos que mientras que en la funeraria municipal atienden 24 horas (teléfono 91 510 81 00/ 03 / 86 43 ) en algunas privadas no. Que cuando se incinera a un familiar, en la pública pueden conservar las cenizas el tiempo necesario mientras que en algunas privadas al no tener capacidad de almacenamiento envían las envían por mensajería a la familia.

Respecto al control de fallecidos se hace como una cadena de custodia en el que en todo momento el cuerpo se sabe donde está. Además sus precios como nos insiste Raquel Blanco, son fijos todo el año “incluso es más ahora son más bajos porque no se prestan servicios como el del velatorio. Además, también damos apoyo psicológico, asesoramiento legal y un servicio de asistencia al domicilio”. Pero indudablemente que esta crisis les está afectando. Si antes ante la llamada de un familiar acudían a recoger el cuerpo en un plazo máximo de dos horas, ahora se demoran hasta las diez horas.

Por eso, amplían personal o hacen que el horno crematorio trabaje 24 h. Aquí, como nos aclara Nuria los hornos solo permiten la entrada de un ataúd, hasta que no se acabe con uno no puede entrar otro.

En estos empleados no tienen la escapatoria psicológica de dar esperanza a los que acuden a ellos (“verá como se mejora”, “está en las mejores manos”, etc.). Aún así confiesan que su trabajo es totalmente desconocido por la sociedad, incluso en momentos tan críticos como éste . “Somos el último eslabón de la cadena y si no fuese porque estamos trabajando a un ritmo tan alto esto sería un caos” .