Dibujos animados, el germen del mal

Javier García-Prieto 13/05/2016 07:11

Un alto cargo del gobierno Egipcio aseguraba hace unos días que la culpa de la radicalización y el extremismo islamista la tienen Tom y Jerry. Nada ha tenido que ver la persecución a la que fueron sometidos los Hermanos Musulmanes durante décadas, ni las enseñanzas que recibían los más pobres en las madrazas salafistas. La culpa la tienen los dibujos animados, las películas de acción y, por supuesto, los videojuegos. Lo peor es que no lo dice el último mono de El Cairo, sino Salah Abdel Sadek, responsable de Servicio de Información egipcio.

Tristemente, los desvaríos ideológicos contra los responsables de entretener a nuestros jóvenes (y no tan jóvenes) no es nada nuevo.

Disney contra el mundo

Desde que Disney estrenase, allá por 1937, Blancanieves y los siete enanitos, La factoría de los sueños se ha convertido en una de las dianas favoritas del integrismo ideológico. En los primeros años, eran los liberales los que acusaban a Walter Disney (ultra conservador, devoto cristiano congregacionalista, feroz anti comunista, defensor de la censura, chivato del macartismo y según los rumores, antisemita y hasta filonazi) de esconder una agenda política secreta en sus películas.

Desde la desaparición del Sr. Disney, sin embargo, ha sido el conservadurismo con aroma a Earl Grey el que ha liderado la paranoica lucha contra la supuesta propaganda subliminal que esconden los dibujos animados. La Liga americana por la vida, por ejemplo, asegura que títulos como Los rescatadores, Quién engañó a Roger Rabbit, La Sirenita, Aladdin, o El Rey León esconden mensajes subliminales de contenido sexual.

Eso por no hablar del incuestionable plan secreto que Disney ha orquestado para acabar con la familia tradicional y sus valores. A menudo los personajes femeninos rechazan el matrimonio tradicional y se rebelan contra la voluntad de su familia, contra las expectativas de la sociedad en la que viven, para perseguir el sueño del amor verdadero y obedecer los dictados de su corazón. Bella no quiere ni acercarse al prognatismo de Gastón; Jasmine está dispuesta a abandonar el trono por el amor de Aladdin; Pocahontas; Mulán; Ariel, capaz de cambiar su cola de pez por un buen par de piernas (y suponemos que alguna cosa más), en un proceso que seguro que a los padres de la asociación Chrysallis les resulta familiar. Todo ello alentada por Úrsula, una versión animada de Divine, la reina madre de todas las drags.

Pero por encima de todas las abominaciones que esconden las aparentemente inocentes aventuras de Disney, incluso por encima de la falta de pantalones del Pato Donald, se encuentra su no tan oculta defensa del colectivo LGTB. Como Pinocho, que para convertirse en un niño como los demás, se transforma en una versión edulcorada de Macho Camacho.

Una novia para Elsa

Un plan de adoctrinamiento para convertir a los pequeños en homosexuales que nunca había sido tan obvio como en Frozen. Porque está clarísimo que los poderes de la princesa Elsa, que sólo ella sabe que posee y que se afana en ocultar al resto de la corte son una insidiosa metáfora de su homosexualidad. Tan cristalino como que ‘Let it go’: “Suéltalo; ya no lo puedo contener; un reino de aislamiento del que yo soy la Reina; el viento aúlla como la tormenta que se libra en mi interior; No pude aguantarlo aunque el cielo sabe que lo intenté; No dejes que se enteren; sé la niña buena que siempre debiste ser; No dejes que lo sepan, pues ahora ya lo saben…” es una oda a salir del armario.

Evidentemente, todas estas teorías de la conspiración tienen más de buscarle tres pies al gato que de la realidad (la teoría del hombre del paraguas). Sin embargo, esta vez ha sido el propio colectivo LGTB el que ha hecho de Elsa una de las suyas. Se han atrevido incluso a reclamarle a Disney que en la secuela incluyan una novia para Elsa, convirtiendo #GiveElsaAGirlfriend en trending topic mundial.

Barrio Sésamo, promesa electoral

Nada ni nadie está a salvo. Ni siquiera las entrañables marionetas de Barrio Sésamo. El longevo show educativo ha sido otro de los objetivos favoritos de la ira neoultracon. Lo cierto es que desde sus orígenes, Sesame Street ha puesto mucho énfasis en allanar el camino a los queers. Queer en su acepción más literal (raro, peculiar, diferente). Primero, con condescendencia paternalista, para educar a los hijos iletrados de negros y latinos. Después, y probablemente más gracias a la dictadura de la corrección política que a una intención ideológica, prestando mucha atención a aspectos como a la igualdad de género, o el respeto a otras culturas.

Y es ahí donde los neoultracons pierden la cabeza. En 2011, el periodista Ben Saphiro publica Primetime Propaganda. Una obra que gira en torno a una sorprendente revelación: ¡Hollywood está lleno de liberales! A Saphiro le parece especialmente preocupante el caso de Barrio Sésamo, que además está financiado con fondos del gobierno. El libro, y sobre todo su autor, hicieron tanto ruido entre los acólitos de la Fox, que el mismísimo Mitt Romney acabó haciendo suya la tesis. En su primer debate presidencial contra Obama, el millonario mormón prometió acabar con los subsidios para esa fábrica de librepensadores.

Con estos antecedentes, se pueden imaginar la que se montó cuando hace apenas un mes el programa, ya en manos de la ultraliberal HBO, decidió incluir entre sus personajes a una niña afgana, con su hiyab y su canesú.

Los Lunnis, corruptores lavacerebros

Integrismo ideológico que no es exclusivo de nuestros primos anglosajones. Mientras Romney convertía Barrio Sésamo en promesa electoral, aquí Manos Limpias se querellaba contra Los LunnisLos Lunnis por su reportaje Bodasen el que se abordaba con normalidad un matrimonio entre dos hombres. Hecho que para los defensores del como-Dios-manda en España, suponía una inaceptable incitación a la homosexualidad.

Y sobre todo esto, ¿qué opinará el Pato Donald? Pincha aquí y verás su respuesta: