La combinación de altas temperaturas, humedad, actividad física y mala hidratación pueden desencadenar graves consecuencias como golpes de calor, fatiga crónica o incluso fallecimientos
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Con la llegada del verano y las olas de calor cada vez más frecuentes, el aumento de las temperaturas no es solo una molestia pasajera. Este fenómeno, cada vez más frecuente, no es solo consecuencia del clima estacional, sino también del cambio climático, que está alterando los patrones meteorológicos y provocando un ascenso sostenido de las temperaturas globales.
Debido a esto, una afección de las que antes se hablaba poco ha comenzado a ocupar titulares: el estrés térmico. Aunque pueda parecer un término técnico, describe una situación que cada vez más personas experimentan sin saberlo.
¿Qué es el estrés térmico?
Se trata de un estado en el que el cuerpo humano no puede adaptarse adecuadamente al calor, lo que puede provocar desde mareos o fatiga hasta un colapso grave del sistema termorregulador, con consecuencias potencialmente mortales. Ocurre cuando el cuerpo humano no puede mantener su temperatura interna dentro de los límites normales (entre 36.5ºC y 37ºC) debido a condiciones ambientales extremas.
El estrés térmico no solo afecta a personas expuestas al sol o al esfuerzo físico. También puede desarrollarse en interiores mal ventilados, en lugares de trabajo sin climatización, o incluso durante la noche, si el cuerpo no consigue enfriarse tras una jornada de calor extremo. Los que más vulnerables son los ancianos, los niños, los enfermos crónicos o aquellas personas que toman ciertos medicamentos tienen un riesgo aún más elevado, sin ser conscientes de ello en muchas ocasiones.
Esta afección no tiene efectos físicos. Las altas temperaturas mantenidas también alteran el estado de ánimo, empeoran la calidad del sueño y pueden afectar al rendimiento cognitivo, provocando irritabilidad, ansiedad o incluso crisis emocionales. Además, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el calor extremo puede agravar afecciones crónicas como enfermedades cardiovasculares, respiratorias y renales, y también provocar lesiones renales agudas.
Factores que contribuyen al estrés térmico
El estrés térmico no aparece de forma aislada ni responde únicamente a una cifra elevada en el termómetro. Es el resultado de la combinación de múltiples factores ambientales, personales y sociales que, cuando se combinan, pueden dificultar la capacidad del cuerpo para disipar el calor de forma eficiente. Entender cuáles son estos factores es fundamental para poder prevenir esta afección, sobre todo en veranos cada vez más extremos.
Temperatura ambiental elevada
Este es el factor más evidente. Cuando la temperatura ambiente supera los 35ºC, el cuerpo humano empieza a tener dificultades para regular su temperatura interna por mecanismos naturales como la sudoración. A partir de los 40ºC, la situación se puede volver crítica. En nuestro país, ya se han vivido episodios prolongados de temperaturas por encima de los 42ºC con noches que no bajan de los 25ºC, lo que impide el descanso y el enfriamiento corporal nocturno.
Humedad relativa alta
La humedad es un factor importante y a menudo infravalorado. Un ambiente húmedo impide que el sudor pueda evaporarse con más eficacia, reduciendo el principal mecanismo del cuerpo para eliminar el calor.
Exposición al sol directo
Permanecer al sol durante periodos prolongados incrementa la carga térmica del organismo. La radiación solar directa no solo calienta la piel, también eleva la temperatura corporal interna. Esto es especialmente peligroso durante las horas centrales del día.
Actividad física intensa
Realizar ejercicio o esfuerzos físicos en condiciones de calor aumenta la producción interna de calor corporal. Si se suma a una temperatura ambiental elevada, puede superar la capacidad del cuerpo de disipar el calor, favoreciendo un colapso térmico.
Ropa inadecuada
La ropa juega un papel clave en la termorregulación. Llevar prendas oscuras, ajustadas, sintéticas o poco transpirables hacen que sea más difícil la liberación del calor corporal.
Ventilación y climatización insuficientes
Estar en espacios cerrados, mal ventilados y sin sistemas de refrigeración adecuados incrementa el riesgo de estrés térmico. Este problema es más grave en viviendas precarias, en centros de mayores sin aire acondicionado o en aulas escolares durante olas de calor.
Edad y condición física
Tanto los niños pequeños como las personas mayores son especialmente vulnerables. En los mayores, la sensación de sed disminuye, la sudoración es menos eficaz y hay más probabilidades de tener enfermedades crónicas o estar polimedicados. En el caso de los niños, la regulación térmica aún no está del todo desarrollada, lo que hace más sensibles a cambios bruscos de temperatura. También corren mayor riesgo las personas que tienen obesidad, enfermedades cardiovasculares, respiratorias o neurológicas, y quienes toman ciertos medicamentos como diuréticos, antihipertensivos o antidepresivos.
Deshidratación previa o falta de acceso a agua
La hidratación es fundamental para mantener la capacidad del cuerpo de enfriarse. Sin una ingesta adecuada de líquidos, el volumen sanguíneo se reduce, se altera la sudoración y aumentan las probabilidades de sufrir un golpe de calor.
Condiciones socioeconómicas
El estrés térmico también tiene un componente social. Las personas en situación de pobreza energética, que no pueden permitirse encender ventiladores o aparatos de aire acondicionado, están mucho más expuestas. Según un informe de Ecologistas en Acción, el impacto del calor extremo afecta más a barrios con menor renta media, donde la vegetación urbana es escasa y la densidad de población, elevada.
¿Cómo se puede prevenir el estrés térmico?
Para poder prevenir el estrés térmico, se debe:
- Beber agua regularmente, incluso si no se tiene sed.
- Permanecer en lugares frescos y sombreados durante las horas más calurosas del día.
- Usar ropa ligera, de colores claros y que permita la transpiración.
- Reducir el esfuerzo físico durante las horas de mayor calor.
- Mantener los espacios interiores frescos.
- Supervisar a niños, ancianos y personas con enfermedades crónicas.


