Una bonita sonrisa, fidelidad y alguien mayor que ella, concretamente alguien “alto, moreno y que se ponga gomina y se arregle”. Así definió Aida a su hombre ideal y, aunque su cita, Roberto, no cumplía exactamente sus peticiones, no pareció desagradarle de inicio. Y a él, ella tampoco.
Los nervios se apoderaron de la primera parte de su cita pero, poco a poco, se fueron soltando y los puntos en común comenzaron a surgir sin parar: a ninguno les gusta estar solos, ambos tienen perro y, lo más importante, están abiertos al amor.
La chispa era evidente, y las ‘coincidencias’ fueron a más. Cuando Roberto comentó tener una moto a Aida se le iluminaron los ojos: “Me encanta la velocidad”. Su cita iba rodada, cuanto más hablaban más parecía gustarse, más parecía iluminárseles la mirada.
Hasta los peculiares chistes de Roberto parecían hacer gracia a Aída: que si “come almejas, que de lo que se come se cría” o “harás buenas comidas” como respuesta al “soy buena cocinera”. Todo estaba saliendo a pedir de boca de ambos y así lo dejaron claro: ¡a por la segunda cita!