192 holandeses, 44 malasios, 27 australianos, 12 indonesios, 10 ingleses, 4 alemanes, 4 belgas, 3 filipinos, un canadiense, un neozelandés... Y detrás, 298 víctimas con nombre y apellidos. Como los hermanos australianos Mo, Otis y Evi, que regresaban de sus vacaciones en Holanda junto con su abuelo Nick. Lo mismo que los seis miembros de la familia Wals, de un pequeño pueblo holandés, y que Philomena, una monja que daba clases en un colegio de Sydney. También viajaban más de cien investigadores que iban a la capital australiana a un Congreso sobre el SIDA, entre los que estaba el holandés Joep Lange, uno de los mayores expertos del mundo en esta enfermedad. "¿Y si la cura del SIDA iba en ese avión?", se preguntaba un investigador. Y entre tanto, los caprichos del destino: Sanjid, de 41 años, era auxiliar de vuelo y subió al avión porque le cambió el turno a un compañero. No tuvo la suerte de una mujer y su bebé, que no pudieron embarcar por llegar tarde al vuelo. Un despiste que les salvó la vida.