Cada vez más españoles se plantean mudarse al extranjero para pagar menos impuestos, pero no tienen en cuenta la letra pequeña que esconde gastos ocultos
Por qué te cuesta tanto invertir tu dinero: así puedes combatir la parálisis financiera y tomar decisiones
Cada cierto tiempo, el debate vuelve: deportistas de élite o youtubers que se mudan a Andorra, emprendedores digitales que hacen de Dubái su nueva residencia e incluso familias que piensan retirarse en Portugal. En España, la presión fiscal ronda el 38,8% por lo que, la idea de pagar menos impuestos resulta muy atractiva. Además, nos encontramos en un momento de inflación persistente y de tipos de interés que han tensionado la economía doméstica. Así que no es raro haber hecho alguna vez un cálculo rápido de cuánto dinero se podría ahorrar con unos impuestos más bajos.
La realidad es más difícil que una simple mudanza. Cambiar de país por razones fiscales es más complejo de lo que parece a simple vista. No basta con cumplir el famoso criterio de los 183 días, hay que demostrar que hay un cambio real de residencia y asumir que España puede continuar vigilando de cerca a quienes mantengan propiedades, negocios o familia aquí. Además, está la letra pequeña, el Exit Tax, la tributación de inmuebles en España como no residente, la obligación de declarar bienes en el extranjero e incluso el riesgo de caer en una doble residencia fiscal.
Es evidente que no se puede negar que existen incentivos reales. Andorra, por ejemplo, tiene un IRPF máximo del 10%. Dentro de España, también hay diferencias relevantes entre comunidades autónomas que invitan a reflexionar si conviene antes mudarse de región antes de dar el salto internacional. La pregunta no es tanto si se pagan menos impuestos es, ¿merece la pena realmente cambiar de vida para pagar menos?
¿Cuándo se deja de ser residente fiscal en España?
La regla popular de los 183 días es real, pero incompleta. La Agencia Tributaria recuerda que se es residente si se pasa más de este tiempo en nuestro país o si está aquí el centro de intereses económicos o vitales -negocios, vida familiar…-.
Además, las ausencias esporádicas cuentan con días en España salvo prueba en contrario. Si dos países consideran a una persona a la vez residente, entrarían en juego los convenios de doble imposición con sus reglas “desempate”: vivienda permanente, centro de intereses vitales, lugar de estancia habitual y, por último, nacionalidad.
Por otro lado, si se poseen acciones o participaciones en alguna entidad, el traslado de residencia puede activar el llamado impuesto de salida: Hacienda pretende gravar la ganancia latente de esos títulos como si se hubieran vendido el día antes de abandonar el país. Se trata del artículo 95 bis de la Ley del IRPF. Hay impuestos de aplazamiento o excepciones, pero no se trata de una cantidad menor.
Pros de mudarse a otro país
Ahorro fiscal directo y palpable
Este es el argumento más obvio: pagar menos impuestos significa disponer de más liquidez inmediata. En Andorra, el IRPF no supera el 10%, mientras que en España, dependiendo de la comunidad autónoma, los tramos altos pueden acercarse al 50%. Para alguien con rentas anuales de 500.000 euros, la diferencia puede ser de cientos de miles de euros al año. Lo mismo pasa con el patrimonio, en España se aplica en algunas comunidades autónomas.
Planificación intergeneracional más sencilla
En países donde no existe el Impuesto de Sucesiones y Donaciones, transmitir patrimonio a los hijos o herederos es mucho más sencillo y menos costoso. En España, aunque muchas comunidades han suavizado mucho este tributo, sigue siendo un frente abierto y con diferencias muy notables entre comunidades.
Regímenes fiscales atractivos para profesionales cualificados
Portugal, Italia o Grecia tienen programas de atracción de talento. En Italia, por ejemplo, existe el régimen de “impatriados” que permite a ciertos trabajadores extranjeros tributar solo por el 50% de sus rentas durante varios años.
Calidad de vida y “doble ventaja”
En ciertos casos, mudarse a un país con menos fiscalidad no solo aligera la presión fiscal, sino también mejora la calidad de vida. Viviendas más asequibles, menor coste de vida, menos burocracia o un entorno natural atractivo. Cuando ambos factores se unen, la mudanza cobra más sentido.
Contras de mudarse a otro país de los que no se suele hablar
El espejismo de los números
Es cierto que en Andorra se paga mucho menos IRPF que en España, pero, se suelen omitir otros gastos ocultos: mudanza, alquiler o compra de vivienda, seguros privados (sobre todo de salud), matrículas internacionales o billetes de avión para ver a la familia. Puede que si se hace la suma de todo, no haya un ahorro tan espectacular.
El riesgo de no romper la residencia fiscal española
Mudarse de país no quiere decir que automáticamente se deje de ser residente fiscal de España. Si la familia se queda aquí, si se mantiene el negocio o si se pasan estancias largas en la antigua vivienda, la Agencia Tributaria puede considerar que el centro de intereses vitales sigue estando aquí, y se seguiría tributando como antes.
El “Exit Tax” y otros peajes de salida
Para grandes patrimonios o emprendedores con participaciones relevantes en empresas, el “Exit Tax” puede ser demoledor. Se trata de un impuesto que grava las ganancias latentes de los activos como si se hubieran vendido justo antes de abandonar el país. Esto puede llegar a hacer inviable el traslado si no hay una buena planificación.
La volatilidad política y normativa
Otro error frecuente es pensar que un régimen fiscal ventajoso puede ser eterno. En Portugal, su régimen NHR ha sido recortado para la mayoría de los nuevos solicitantes y en Italia también se ha endurecido. Apostar todo a un incentivo fiscal que puede desaparecer es arriesgado.
Trámites y obligaciones continuas
Aunque se consiga la residencia fiscal en el extranjero, si se conserva la vivienda en España, se tendrá que seguir presentando el IRNR y, en algunos casos, imputar rentas por tener una casa a disposición. Además, no se puede olvidar la obligación de declarar bienes en el extranjero. Y eso puede volverse complejo al tener que rendir cuentas en dos países.
El coste emocional
La fiscalidad no lo es todo: dejar atrás familia, amistades, redes de apoyo e incluso un idioma, puede pesar más de lo que parece. Muchos expatriados experimentan un choque cultural o un sentimiento de aislamiento que, en ocasiones, no compensa al ahorro económico.


