En España, escoger ser asalariado, autónomo o cooperativista no afecta solo a la forma de trabajar, sino a lo que resta a final de mes
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Trabajar para uno mismo, hacerlo para una empresa o unirse a una cooperativa puede parecer que se decide dependiendo del estilo de vida, pero en realidad, es una decisión fiscal con mucho peso. Vivimos con una inflación contenida, salarios ajustados y nuevas normas tributarias que afectan a todos, por lo que la manera en la que se cotiza y se declaran los ingresos puede marcar la diferencia entre ahorrar o perder miles de euros cada año.
En nuestro país, según los últimos datos de la Seguridad Social. Casi 14 millones son asalariados, más de 3,3 millones de personas trabajan como autónomos y un número pequeño, opta por modelos como las cooperativas de trabajo asociado. El debate de cuál es más rentable no es nuevo, pero sí está más en boga que nunca.
Con la reciente reforma de cotización por ingresos reales para los autónomos, los cuales pagarán más, los ajustes en el IRPF y las bonificaciones por el trabajo cooperativo, la pregunta de qué forma de trabajar dejar más dinero limpio al mes vuelve a surgir. Porque no se trata solo de cuánto se gana, sino de cuánto queda después de haber pagado impuestos, cotizaciones y deducciones.
Asalariado: comodidad y estabilidad
Ser asalariado sigue siendo la opción más extendida y, posiblemente, la más cómoda. Las retenciones de IRPF se aplican automáticamente en la nómina y la empresa asume una parte importante de las cotizaciones sociales (alrededor de un 30% del salario bruto). Esto quiere decir que el trabajador no tiene que preocuparse por hacer declaraciones trimestrales ni ajustes fiscales, ya que el sistema lo hace por él.
La desventaja de esa comodidad es que el margen de maniobra es prácticamente nulo. El IRPF es progresivo y las posibilidades de deducción son muy limitadas: vivienda habitual en casos antiguos, aportaciones a planes de pensiones o mínimos personales y familiares.
Sin duda, la gran ventaja es la estabilidad: vacaciones pagadas, paro, baja médica y jubilación garantizada. Para aquellos que valoran la previsibilidad y una red de seguridad, el régimen general sigue siendo el más sólido. Pero, cuando el objetivo es optimizar fiscalmente cada euro, puede que se quede corto.
Autónomo: libertad y mucho papeleo
Ser autónomo es montar tu propia empresa. Se decide cuánto se cobra, cuándo y cómo se trabaja y cuánto se invierte. A partir de 2026, esa cuota se ajustará al rendimiento neto declarado, lo que va a oscilar entre 230 euros y 530 euros dependiendo del tramo de ingresos. Esto quiere decir que se paga en función de lo que se gana.
El gran atractivo de ser autónomo está en las deducciones fiscales. A diferencia del asalariado, el autónomo puede restar ciertos gastos vinculados a su actividad: materiales, software, formaciones y en ciertos casos, transporte o dietas. Esto permite reducir notablemente el pago del IVA trimestral.
Pero, la libertad tiene un precio. El autónomo debe pagar todos sus seguros sociales, presenta declaraciones trimestrales, se puede enfrentar a inspecciones, asume la inestabilidad de sus ingresos, y además, paga una cuota mensual facture o no. También hay que saber que su protección es muy limitada: el paro es muy difícil de conseguir y las bajas médicas no son comparables a las de un asalariado.
Cooperativista: el punto intermedio más desconocido
El modelo cooperativista está ganando interés entre profesionales y freelancers. Una cooperativa de trabajo asociado permite agrupar a varios socios que prestan servicios a clientes a través de una misma entidad. Fiscalmente, se tributa bajo el Impuesto de Sociedades, pero con un tipo reducido del 20% si la cooperativa está considerada “protegida”. Además, parte de los beneficios se reparten como “retornos cooperativos”, con una fiscalidad más favorable.
Este sistema es una combinación de las ventajas de los otros modelos: cotización colectiva, posibilidad de deducir gastos, acceso a prestaciones sociales y cierta estabilidad. Por otro lado, las cooperativas pueden disfrutar de bonificaciones en el IAE, IBI o ICIO y tienen derecho a amortizaciones más rápidas. Pero, no todo vale, ya que tienen que cumplir estrictos requisitos legales como una estructura democrática, fondos sociales obligatorios o límites en las retribuciones, de no ser así, pueden perder sus beneficios fiscales.
El cooperativismo es especialmente útil para aquellas personas que trabajan de manera autónoma pero prefieren compartir estructura y riesgos. Diseñadores, actores, músicos o freelancers suelen recurrir a este modelo porque reduce costes de gestión y ofrece una fiscalidad más amable que el régimen de autónomos. En ciertos casos, los socios pueden llegar a pagar hasta un 15% menos en impuestos que si trabajasen de manera individual.
En resumen, el autónomo tiene más potencial de ahorro fiscal si consigue gestionar bien sus gastos y ajusta su base de cotización. El cooperativista, por otro lado, se beneficia de la estructura colectiva y de un tipo impositivo más bajo. Mientras que el asalariado, sacrifica flexibilidad por seguridad y simplicidad.


