Avalar a un familiar es mucho más que un acto de confianza, implica asumir responsabilidades económicas directas ante bancos o arrendadores
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En muchas ocasiones se da el caso de que un familiar cercano pide a otro que firme como avalista en un préstamo o contrato de alquiler. Suele ser el caso de padres a hijos, a un hermano o cuñado e incluso a un amigo íntimo. Esta decisión puede convertirse en un verdadero dilema. Por un lado, está el vínculo afectivo y la confianza personal que suelen empujar a decir que sí sin darle muchas vueltas. Por otro, se tiene que pensar que comprometerse como avalista implica una responsabilidad legal y económica que, en muchos casos, puede arrastrar a una deuda que no es tuya.
En nuestro país, ser avalista no es un simple “gesto solidario”, sino un compromiso que puede tener consecuencias importantes para tu futuro financiero. Si la persona a la que se avala no paga, es el avalista el que tiene que responder con su propio patrimonio: sueldo, ahorros o incluso vivienda. Pese a la importancia que tiene, todavía existe un enorme desconocimiento social sobre lo que realmente implica firmar como avalista.
¿Qué es ser avalista?
Avalar significa comprometerse a pagar una obligación financiera si la persona avalada, el deudor principal, no cumple con sus pagos. Implica asumir una responsabilidad económica y legal idéntica a la del titular de la deuda. En términos jurídicos, el avalista actúa como garante del cumplimiento de una obligación, lo que quiere decir que si el deudor principal no paga, el acreedor puede reclamar al avalista el total de la deuda, más intereses y costas judiciales, si las hubiera.
Se diferencian dos figuras principales de aval. Por un lado está el aval personal o solidario y por otro está el subsidiario. El aval personal o solidario es el más común en préstamos bancarios y contratos de alquiler. En este tipo de aval, el acreedor puede reclamar directamente al avalista sin necesidad de agotar antes la vía de cobro con el deudor principal. Es decir, que si la persona a la que se ha avalado no paga, el banco puede ir en contra del avalista inmediatamente, sin necesidad de esperar.
El aval subsidiario es mucho menos frecuente. Éste implica que el avalista sólo va a responder si el acreedor demuestra que ha intentado sin éxito cobrar al deudor principal.
En la práctica, casi todos los contratos bancarios y muchas operaciones privadas como el alquiler de una vivienda, se rigen por la fórmula del aval solidario, lo que multiplica el riesgo para quien avala.
Además, ser avalista tiene consecuencias que van más allá del riesgo del impago. Por ejemplo:
- Limita tu capacidad de endeudamiento: cuando se avala una deuda, esa cantidad se tiene en cuenta como si fuera tuya si se solicita un préstamo o hipoteca propia.
- Puede afectar el historial crediticio: si el titular no paga y tú tampoco asumes el pago a tiempo, podrías ser incluido en ficheros de moroso como ASNEF o Experian.
- Compromete tu patrimonio personal: si no se puede responder con los ingresos, los bienes -vivienda, coche o ahorros- podrían ser embargados.
- El aval suele ser indefinido: en muchos contratos no se fija una duración determinada para el aval, lo que quiere decir que esa responsabilidad puede alargarse durante años, incluso si la relación con la persona avalada cambia o desaparece.
Por esto, es esencial leer con calma el contrato de aval antes de firmar, solicitar asesoramiento legal si se tienen dudas y entender exactamente el alcance del compromiso adquirido.
Cuáles son los riesgos específicos según el tipo de deuda
Avalar una deuda supone un gran compromiso, pero el grado de riesgo puede variar significativamente según el tipo de obligación económica que se garantice. No es lo mismo avalar un contrato de alquiler que una hipoteca o un préstamo personal.
Avalar un préstamo hipotecario
Avalar una hipoteca es uno de los compromisos más serios que existen. La deuda suele tener un importe elevado y un plazo de amortización muy largo, que suele ser de unos 20 o 30 años. Esto significa que el avalista se compromete con el banco durante décadas. Si el titular deja de pagar y el bien hipotecado no cubre la deuda en caso de ejecución, el banco puede ir en contra del avalista para reclamar el restante.
Esto puede hacer que se pierda el patrimonio personal si no se puede asumir la deuda; en caso de fallecimiento del deudor, se puede heredar la deuda si no se renuncia a la herencia y puede existir una dificultad para acceder a otras hipotecas o préstamos mientras dure el aval.
Avalar un préstamo personal o un crédito al consumo
Aunque el importe es menor que el de una hipoteca, el riesgo sigue siendo alto. Los plazos de devolución son más cortos, pero los intereses son más altos, lo que encarece la deuda en caso de impago.
En este caso los riesgo serían que el acreedor puede reclamar el 100% del capital más los intereses y recargos, que se produce un deterioro del crédito rápidamente si no se asume la deuda a tiempo y que pueden existir posibles demandas judiciales en plazos breves, a partir de la segunda o tercera cuota impagada.
Avalar un contrato de alquiler
Esta práctica es muy común, sobre todo si el inquilino puede acreditar ingresos estables o suficientes. El riesgo económico puede parecer menor, pero sigue siendo relevante, ya que no se responde solo al pago del alquiler, sino que también se es responsable de los posibles daños en la vivienda o deudas derivadas de suministros impagados.
En este caso, se tendría que abonar las mensualidades impagadas si el inquilino no paga, el propietario puede exigir el pago directamente al avalista sin necesidad de demandar primero al inquilino y se puede ser incluido en ficheros de morosos si no se asume el pago.
Cómo protegerte legalmente si se decide avalar
Una de las claves sería establecer límites concretos en el contrato de aval, algo que muchas personas desconocen. Por ejemplo, se puede pactar que la responsabilidad del avalista sólo se extienda hasta una cantidad máxima de dinero, o que tenga una duración determinada. Este tipo de limitaciones deben quedar recogidas por escrito en el contrato firmado con la entidad financiera o el arrendador, y deben ser aceptadas explícitamente por todas las partes implicadas.
Otra posibilidad legal es solicitar que el aval sea subsidiario en vez de solidario. Esta fórmula no siempre es aceptada por las entidades bancarias, ya que reduce su garantía de cobro, pero en contratos en particulares o arrendamientos puede negociarse con más facilidad. En cualquier caso, antes de firmar, conviene revisar con lupa el documento o, mejor aún, consultar a un abogado especializado que pueda orientar cómo incorporar estas salvaguardas legales sin renunciar completamente a ayudar a este familiar o allegado.


