Es desde 1940 el área de descanso y recreo de Franco, que lo dejó a sus herederos y ellos lo vendieron a un empresario en 1988. Se trata de un palacio declarado bien de interés cultural y esto implica que el propietario tiene la obligación de mantenerlo y conservarlo. Sin embargo, no lo está haciendo. El palacio está abandonado, sus paredes están plagadas de grafitis y se ha convertido en lugar de botellón para los adolescentes de la zona.