Hoy en sus caras se refleja el miedo y los recuerdos cada vez más conscientes de lo vivido en el festival de O Marisquiño. “Tenía personas encima de mí y tablas en las piernas, y tenía que agarrarme para poder subir. Yo pensaba que me moría, porque eso cada vez bajaba más y el agua estaba justo ahí”, cuenta una joven afectada por el suceso.

En apenas unos segundos el muelle se desplomó y se convirtió en un embudo. Centenares de personas cayeron en él, quedando atrapados entre maderas, cemento y agua.

“Había gente que creía que se iba a morir”. “Era muy agobiante”, cuentan los testigos.

Había mucho público, cayeron unos sobre otros y no pudieron salir, viviéndose momentos de pánico.

Cuando llegaron los servicios de emergencia comenzó el rescate. Crearon cadenas humanas para sacarlos del agujero, y los heridos fueron saliendo a cuentagotas, trasladados incluso por los propios testigos.

En todo ese caos había dos prioridades: rescatar a los heridos entre los escombros y buscar posibles víctimas desaparecidas.

En las primeras horas las noticias eran confusas, y la incertidumbre hacía todavía más larga la noche en el muelle de Vigo.

Hay más de 300 heridos por traumatismos, facturas y cortes. Cuatro de ellos siguen graves, aunque sin riesgo vital.