Educación

Cómo estudiar una carrera con propósito sin caer en la presión del “éxito”: guía para encontrar la motivación

Escoger una carrera debería ser un proceso de autoconocimiento. Freepik
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Escoger una carrera es un gran paso hacia la vida adulta. Muchos adolescentes, y también sus familias, lo viven como la puerta hacia el “éxito”. Tener un buen trabajo, buen sueldo, prestigio. Sin embargo, esta visión puede generar ansiedad, presión, desmotivación o incluso “burnout” aún sin haber empezado. La pregunta es: ¿cómo escoger una carrera que guste, sin que la motivación sea únicamente los resultados externos que se pueden obtener?

La motivación no está solo en lo que se hace, sino en por qué se hace. Diversos estudios en educación superior desvelan que los estudiantes que se sienten autónomos, competentes y conectados con otros consiguen mejor motivación, menos estrés y mejor desempeño. Al mismo tiempo, aquellos que van a la universidad con fines internos, es decir por curiosidad o desarrollo personal, tienen un menor riesgo de desgaste que aquellas personas que lo hacen por presión externa.

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La motivación: ¿para qué se estudia?

La motivación interna surge cuando lo que se hace es porque hay un interés genuino, es algo que reta o engancha. Por otro lado, la motivación externa se da cuando las acciones que se realizan son para conseguir reconocimientos, premios o evitar castigos. La motivación más saludable es la que se apoya en tres necesidades: sentirse competente, sentirse autónomo y sentirse conectado con otras personas.

Cuando un estudiante escoge una carrera solo por tener un reconocimiento social, buenas notas o pensando en el salario que tendrá en el futuro, puede que al principio todo esté bien, pero con el paso del tiempo es más vulnerable a que llegue el desánimo cuando la carrera se vuelve más compleja.

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Un estudio con universitarios reveló que introducir una pequeña reflexión sobre qué interés hay en ese curso o carrera, hace que el compromiso de los estudiantes se incremente e incluso, se cambie lo escogido hacia campos más alineados con sus valores. Una manera de aplicar esto es: escribir por qué se elige o considera una carrera, ¿qué es lo que atrae de ella?

Por otro lado, hay que preguntarse si esa profesión tendrá el poder o la capacidad de contribuir con algo que importe, por ejemplo: ayudar a los demás, investigar o crear algo. Por último, se visualiza no solo el trabajo que se tendrá, sino también la persona que se quiere ser cuando se finalicen los estudios.

Se debe evitar bajo cualquier circunstancia caer en la trampa del “éxito” externo entendido como salario alto, prestigio o aprobación social. En lugar de esto, hay que redefinir el éxito para cada uno, preguntarse si se está aprendiendo, creciendo o avanzando hacia aquello que más se valora. Esto hace que cuando llegan los bajones, algo completamente normal, la motivación no se destruya y se vea como una parte del proceso de crecimiento y no como un fracaso.

La motivación se construye: hábitos, entorno y mentalidad

Más allá del talento, lo que realmente marca la diferencia es la persistencia, el interés continuo y la creencia de lo que se puede mejorar. Adoptar una mentalidad de crecimiento significa que los retos se comienzan a ver como oportunidades, no como pruebas de incompetencia.

Para ello se deben crear hábitos que sostengan el propósito por el que se escoge una carrera. Por un lado, se pueden marcar rutinas, estudiar en bloques bien definidos, con descansos y objetivos claros con una buena planificación que se adapte a cada día. Esto hace que la motivación no decaiga. Por otro lado, se aconseja que se marquen metas pequeñas que se puedan conseguir a corto plazo y otras más grandes que se consigan a largo plazo.

Cuando la motivación baje, se puede revisar el “por qué” y escribir qué se siente sobre la carrera y sobre lo que hizo que fuera la escogida, así como, crear una lista sobre lo aprendido hasta ahora para poder valorarlo. Esto también se puede hacer de manera periódica, por ejemplo, una vez al mes.

Por otro lado, los estudios muestran que el apoyo social reduce en gran medida el “burnout” o desgaste académico. Se recomienda participar en grupos de estudio, asociaciones universitarias o redes con intereses similares para no sentirse solo ni perder el foco.

Además, es fundamental aprender a manejar la presión y el estrés académico. La presión por rendir más, compararse con otros, el miedo al fracaso son factores reales que pueden hacer que la motivación se reduzca o incluso desaparezca.

Un estudio reciente sobre estudiantes de doctorado encontró que hay una relación directa entre estrés académico y motivación, donde el mindfulness y la inteligencia emocional eran muy útiles para mitigar ese efecto negativo. Para afrontar esta presión se recomienda: practicar pausas y autocuidado (higiene del sueño, desconexión y deporte), definir estándares personales y realistas, no solo comparativos y por último, si el agobio persiste, se debe pedir ayuda: tutorías, consejería, amigos o familia.

Cómo pueden apoyar los padres y tutores sin presionar

Los padres pueden marcar la diferencia cuando escuchan la motivación del estudiante y se interesan por su “por qué”. Cuando validan su decisión, sin contar si “será algo que dé dinero” hace que la relación mejore y se tenga más confianza y autonomía.

Por otro lado, crear un ambiente de estudio, con acceso a información, tiempo para explorar aquello que les gusta con espacios de reflexión, hace que la motivación interna florezca. El hogar no debe ser una mirada de reconocimiento a través de las notas, sino un espacio seguro y de exploración. Además, se puede ayudar a conectar lo que estudia con valores y objetivos personales.

Evidentemente, no se recomienda la presión continua por obtener las mejores calificaciones o tener que optar a carreras “de futuro seguro”. Es más saludable apoyar que el estudiante explore, se equivoque, cambie de ruta si es preciso y vea la carrera más como un camino que como un destino.