Cómo hablar con los hijos sobre sus emociones sin generar estrés ni rechazo
Hablar de emociones no es sencillo, pero hacerlo puede fortalecer el vínculo afectivo con los hijos y fomentar una buena salud mental desde pequeños
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Hablar con los hijos sobre sus emociones no es algo sencillo. Muchos padres se tienen que enfrentar al desafío de saber cómo iniciar esta conversación sin provocar tensión, incomodidad o rechazo por parte de los niños. Por suerte, cada vez se habla más de inteligencia emocional tanto en las aulas como en casa, pero, aún existe un cierto miedo sobre cómo abordar este aspecto tan fundamental del desarrollo infantil.
La gestión emocional en la infancia es esencial para poder construir adultos con buena salud mental, empatía y recursos para manejar los retos de la vida. Lo que los padres deben comprender es que acompañar a sus hijos emocionalmente no quiere decir que deban resolverles la vida, sino estar presentes para que puedan conocerse y autorregularse.
Los adultos como modelos emocionales
Los niños suelen aprender a expresar y regular sus emociones observando cómo lo hacen los adultos de su entorno. El primer paso para ello es tomar conciencia de cómo se expresan las propias emociones. ¿Se valida el enfado sin estallar? ¿Se reconoce el miedo sin ridiculizarlo? ¿Se pueden expresar emociones como la tristeza sin sentir vergüenza? Cuando son los propios adultos los que no saben nombrar ni gestionar lo que sienten, será muy complicado que puedan acompañar a sus hijos en ese aprendizaje.
Cuando se muestra vulnerabilidad, se habla de lo que se siente sin añadir dramatismo y se escucha activamente cuando el niño se expresa. Estas son algunas de las formas de enseñar desde el ejemplo.
Una de las trampas más habituales en este acompañamiento emocional es caer en hacerles un interrogatorio cuando expresan alguna emoción como la tristeza o el miedo. Aunque estas preguntas surgen de la preocupación genuina, muchas pueden resultar invasivas si se formulan sin tacto. Hay que recordar que, en muchas ocasiones, los niños no saben expresar con palabras lo que sienten.
Si se sienten presionados a tener que dar inmediatamente una respuesta, pueden cerrarse o incluso desconectarse de lo que están sintiendo. En lugar de comenzar este interrogatorio, sería más efectivo crear un espacio seguro para que el niño pueda hablar cuando se sienta preparado.
Validar sin resolver sosteniendo el malestar
Una de las mayores dificultades para muchos adultos es tener que tolerar el malestar de los hijos sin poder intervenir. Verles tristes, enfadados, frustrados o con miedo genera una reacción inmediata: intentar calmar, distraer o minimizar aquello que le está pasando. Sin embargo, eso no siempre es lo que necesitan.
Cuando un niño se siente triste y un adulto le dice que no tiene importancia, el niño entiende que esa emoción no tiene cabida y, por tanto, no es válida. Si se le hace ver que se comprende su tristeza, se valida su emoción y el niño se siente acompañado, le va a hacer entender que no es malo sentirse así y que puede compartir aquello que le suceda sin que le juzguen o minimicen sus emociones.
Validar una emoción no es alimentar el sufrimiento, sino ofrecer contención y lenguaje para que el niño pueda procesar aquello que está sintiendo. También puede ayudar a que, poco a poco, pueda aprender a autorregularse y calmarse por sí mismo, en vez de depender siempre de un adulto para hacerlo.
Adaptar lo que se dice a la edad del niño
La manera en la que se habla de emociones debe adaptarse a la edad y madurez del niño. Cuando están en la etapa preescolar, se pueden utilizar cuentos, dibujos o muñecos para representar emociones. Contarle lo que les pasa a los personajes de sus historias puede ayudar al niño a identificar estados emocionales en otros y en sí mismo.
A partir de los 6 años, ya se puede introducir un vocabulario más amplio y fomentar el diálogo sobre lo que se ha sentido en diferentes situaciones del día. Es esencial no corregir la emoción minimizando lo que se siente, sino que se debe mostrar interés por lo que han vivido.
En la adolescencia, pueden resistirse a hablar abiertamente. En estos casos, su silencio debe ser respetado, ya que es tan importante como mostrarse disponible para ellos. Deben sentir que no hay presión, y que pueden compartir aquello que sienten cuando se sientan preparados.
Cómo no hacerlo: errores más comunes al hablar de emociones
Muchos padres cometen errores frecuentes cuando intentan abordar las emociones de sus hijos. Minimizar lo que sienten con frases como “no es para tanto”, ridiculizar con ciertos comentarios o presionarles para que hablen o se animen rápidamente, puede hacer que el niño bloquee su expresión emocional y genere desconexión.
Estas actitudes, en ciertos casos bienintencionadas, suelen invalidar sus vivencias internas y dificultan el aprendizaje emocional. Lo esencial es reconocer y dar espacio a sus emociones, sin juzgar ni etiquetar, solo hacer que se sienta comprendido y seguro.
Otro error muy común es utilizar las emociones como una manera de control, condicionando el afecto o la atención del adulto al buen comportamiento emocional del niño. Algunas frases como “si lloras, me voy” pueden hacer que el niño comience a generar inseguridad afectiva.
Además, castigar o aislar a un niño por expresar emociones intensas como un enfado, no favorece el aprendizaje emocional, sino que les hace entender que sentir está mal. En lugar de esto, se debe acompañar desde la calma, ofreciendo modelos de regulación y validando sus emociones para que pueda aprender a gestionarlas de manera saludable.
