Muchos expertos defienden que no se le debe dar más importancia al saludo que a las emociones del niño, ya que se le debe respetar y dejar su tiempo
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Cada vez que se produce un encuentro con algún familiar, amigo o incluso desconocidos, hay una expectativa social generalizada: los niños deben saludar. Sin embargo, esta práctica tan arraigada e incómoda para los pequeños, está siendo cuestionada por pediatras, psicólogos y educadores. La idea de obligar a los niños a decir un sencillo “hola” o dar un beso por cortesía plantea una pregunta crucial: ¿se priorizan las normas sociales por encima de la autonomía, comodidad y seguridad emocional de los niños?
Distintos expertos coinciden en que forzar a los niños a saludar puede tener efectos negativos en su autoestima, su capacidad de poner límites y su confianza emocional. En vez de dejar que actúen con naturalidad, muchos niños tienen que saludar por imposición, lo que genera en ellos incomodidad, miedo a expresar su rechazo y una sensación de que sus emociones no son importantes.
¿Por qué se les exige saludar?
Desde pequeños, muchos adultos inculcan el saludo como un signo de buena educación. Según una encuesta realizada por Ser Padres, muchos progenitores explican que enseñar el saludo es compartir buenos modales y también, evitar que otras personas puedan pensar mal de ellos o de su familia. Este enfoque responde a expectativas adultocentristas que priorizan la necesidad de agradar a los demás o cumplir con las normas sociales estipuladas a entender el punto de vista del niño.
La presión puede ser aún mayor cuando se les exige que tengan que dar besos o abrazos. Un estudio de El País resalta que obligar a los niños a besar a sus familiares o amigos puede hacer que se desconecten de su propio deseo y no aprendan a consentir, una habilidad esencial ante situaciones de abuso o presión social.
¿Qué pasa cuando se obliga a saludar?
Obligar a un niño a saludar puede ser mucho más que una cuestión de enseñarle modales: puede activar en ellos un mecanismo de estrés y frustración. Cuando un niño niega un saludo a un desconocido, es una señal de autoprotección, no un acto de desobediencia. Si se le obliga, le hace llegar el mensaje de que sus emociones o su incomodidad pasa a un segundo plano, donde manda la apariencia o la comodidad del adulto.
Además, investigaciones sobre desarrollo infantil señalan que forzar saludos puede hacer que el niño sienta resentimiento o rechace aún más ese gesto, usándolo como herramienta de poder ante los adultos. Además, se tiene que tener en cuenta que cuando se les obliga a dar un beso, se les envía mensajes contradictorios: el niño aprende que su cuerpo no le pertenece y que tiene que complacer sin importar que se sienta incómodo o no quiera hacerlo, y sin duda, esto es un precedente muy peligroso.
Muchos expertos defienden que hay que separar la cortesía de la obediencia emocional. Saludar verbalmente es una norma social muy sencilla, pero no debería imponerse el contacto físico, sobre todo con desconocidos por intentar quedar bien. Además, cuando el niño rehúsa, no se aconseja justificar ese comportamiento mediante etiquetas “es tímido” o “es antisocial”. y por supuesto, no se le debe forzar a que lo haga. Se le puede compartir que puede saludar sencillamente con un gesto o una sonrisa. Esto va a hacer que el niño internalice la norma de cortesía sin que, por ello, se invaliden sus emociones.
Cuando se respeta la autonomía y la autorregulación en la infancia, según la teoría de la educación emocional y la disciplina positiva, se ayuda a construir su seguridad emocional, conciencia de los propios límites y empatía hacia los demás. Evidentemente, obligar al niño a saludar cuando no quiere, va en contra de estos principios, ya que coloca las normas sociales por encima de su bienestar.
Una vez que pasó la pandemia de COVID-19, se hicieron más habituales los saludos sin contacto físico, por lo que si no quiere besar por incomodidad o inseguridad, con un sencillo “hola” basta y sería bien recibido como adecuado en la norma de cortesía.
¿Cómo enseñar a saludar sin forzar?
Enseñar a saludar de manera respetuosa y sin presión implica, en primer lugar, entender que el aprendizaje social no se debe imponer, sino que se acompaña. El ejemplo adulto es una herramienta fundamental: cuando los niños observan a sus referentes saludar de forma amable y coherente, tienden a imitar esa conducta sin que haya necesidad de exigirles nada. Decir “buenos días” al entrar en un lugar o agradecer con una sonrisa son gestos que el niño puede interiorizar sin los ve muchas veces en su entorno cercano.
Otra estrategia es ofrecer opciones. En lugar de forzar un saludo concreto, como puede ser dar un beso o un abrazo, se puede preguntar. Así el niño mantiene su autonomía, y al mismo tiempo, entiende que saludar es una manera de respeto hacia los demás. Este enfoque también permite que los niños más tímidos o con necesidades sensoriales específicas puedan hacerlo sin sentirse incómodos.
Es fundamental respetar los tiempos de cada niño. No todos se sienten cómodos saludando al instante, sobre todo cuando se trata de un entorno nuevo o personas que no conocen. Es mejor permitir que observen, se familiaricen con la situación y decidan cuándo quieren interactuar. En vez de reprender por no saludar, se puede validar sus emociones. De esta manera se refuerza su seguridad emocional y se les anima a relacionarse sin miedo.
Cuando se respeta la voluntad del niño en situaciones sociales su autoestima se ve fortalecida y refuerza la idea de que sus emociones y decisiones se tienen en cuenta. De esta manera, pueden construir una identidad más segura, sentirse valorados por quienes son y aprender a expresar sus límites de manera asertiva, haciendo que sus relaciones puedan ser más sanas y equilibradas.
Este enfoque también les enseña una lección importante: el respeto comienza por uno mismo. Si el niño se da cuenta de que su cuerpo, sus emociones y sus decisiones son escuchadas, también podrá desarrollar más empatía por los demás.


