Qué tipo de elogios potencian el aprendizaje y cuáles lo sabotean, según investigaciones en desarrollo infantil
Elogiar el esfuerzo y el progreso individual tiene efectos mucho más beneficiosos que resaltar la inteligencia o comparar con otros
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Elogiar a los niños es una práctica profundamente arraigada en el entorno educativo y familiar. Desde pequeños, muchos adultos recurren al elogio como una herramienta para reforzar conductas positivas, motivar o simplemente demostrar afecto. No obstante, la ciencia ha empezado a cuestionar no tanto el hecho de elogiar, sino la forma en la que se hace. ¿Es realmente útil decirle a un niño “qué listo eres”? ¿Cuál es el impacto que puede tener para su aprendizaje y su autoestima a largo plazo escuchar constantemente “eres el mejor”? Las respuestas pueden no ser tan evidentes como pensamos.
Numerosos estudios en psicología del desarrollo han demostrado que el tipo de elogio que se utiliza puede influir de manera significativa en la motivación, la mentalidad frente al esfuerzo, la resiliencia ante el error, y en definitiva, en el desarrollo emocional y académico del niño.
El elogio eficaz: enfocado en el proceso y no en la persona
Carol Dweck y su equipo en la Universidad de Stanford introdujeron la distinción entre “eres muy listo” y “has trabajado muy bien”, observando que solo este último fomenta la llamada mentalidad de crecimiento. En un estudio entre alumnos de 5º de primaria, quienes fueron elogiados por la estrategia y el esfuerzo se mostraron más dispuestos a afrontar retos, persistieron más y tuvieron mejor rendimiento académico, incluso tras caer en fracaso. Sin embargo, quienes recibieron elogios por su inteligencia dejaron de esforzarse ante dificultades y evitaron los retos complejos.
Además, diversas investigaciones con niños de primaria confirmaron que los elogios enfocados en estrategia y aplicación, por ejemplo: “has encontrado una forma ingeniosa de resolverlo”, promueven una respuesta emocional positiva ante fallos, más perseverancia y autosatisfacción frente al aprendizaje.
El elogio que alude a rasgos fijos como “eres muy listo” puede tener consecuencias contraproducentes. En un experimento clásico, niños elogiados por su inteligencia tuvieron un peor desempeño en pruebas posteriores. Temían perder su imagen de “niños talentosos” y optaron por tareas más sencillas para continuar siendo exitosos, evadiendo desafíos reales.
Este tipo de elogio genera una mentalidad fija, donde el éxito parece fruto del talento innato y cualquier dificultad se percibe como una amenaza a la autoestima. Como resultado, se favorece la evitación de retos, la desmotivación frente al fracaso e incluso comportamientos deshonestos para mantener la imagen de “inteligente”.
Un estudio de Brummelman y Bushman expone que, en niños con baja autoestima, los elogios enfáticos como “¡increíble!”, empeoran la inclinación a asumir nuevos retos. Prefieren repetir tareas seguras para evitar la posible pérdida del reconocimiento. Por tanto, el exceso de elogios personales, sobre todo en aquellos niños más sensibles, puede bloquear la exploración, la creatividad y la capacidad de aprendizaje desde el error.
Efectividad del elogio basado en esfuerzo, estrategia e individualización
Elogiar frases como “veo que trabajaste duro en esto” o “has usado una estrategia muy creativa” tiene un efecto mucho más positivo que decir “eres muy listo” o “eres un genio”. La causa es que el primer tipo de elogio refuerza el proceso y la decisiones que ha tomado el niño, dándole herramientas para replicar ese éxito. El segundo, sin embargo, atribuye el resultado a una cualidad innata, lo que puede generar miedo al error y rechazo a los desafíos.
No se trata de repetir frases positivas constantemente. La clave está en la intención, el momento y el contenido del elogio. El elogio debe ser específico, sincero y orientado a procesos, no a resultados. Por ejemplo, en vez de decir “¡Buen trabajo!”, es mucho más útil decir: “He notado cómo organizaste tus ideas antes de empezar a escribir, eso te ayudó a expresarte con claridad”. Esta especificidad permite al niño entender qué ha hecho bien y por qué ha funcionado, transformando el elogio en una herramienta de aprendizaje.
El momento también es fundamental. Elogiar inmediatamente después de una acción positiva permite reforzar la conducta de manera clara. Sin embargo, también es útil aprovechar ciertos momentos de reflexión, como después de una actividad o al ir a dormir, para revisar qué lo que se ha aprendido y reconocer los avances del niño.
Conviene evitar elogios mecánicos o exagerados, ya que pueden volverse contraproducentes. Si un niño siente que lo elogian de forma automática o inmerecida, el elogio va a perder valor o genera desconfianza. El refuerzo positivo debe ser coherente con lo observado y creíble para quien lo recibe.
El tipo de elogio que reciben los niños no solo va a influir en su rendimiento académico, sino que también en su forma de relacionarse con los demás y con ellos mismos. Si se refuerza la comparación diciéndole “Eres el mejor de la clase”, se favorece una mentalidad competitiva alimentando dinámicas de rivalidad. Cuando se valora el progreso personal, se fomenta una mentalidad cooperativa y autorreflexiva.
Esta diferencia tiene implicaciones sociales. Los niños que reciben elogios que se centran en el esfuerzo tienden a mostrar mayor empatía, resiliencia y disposición a colaborar con otros, éstos no le temen tanto al error ni sienten que su valor depende del éxito inmediato. También se ha demostrado que los elogios dirigidos activan zonas cerebrales relacionadas con la motivación intrínseca, por lo que se fortalece el circuito del aprendizaje y del bienestar emocional, lo que repercute positivamente en el clima escolar, familiar y en la autonomía del niño.
