Gregorio Luri, maestro y filósofo: “La mejor definición de educación es poder presentarte en cualquier parte”

El pensador hace en ‘La dignidad del mediocre’ un elogio filosófico a la condición humana inacabada
Explica que esta imperfección es lo que nos otorga la libertad y la voluntad para poder terminarnos a nosotros mismos
El filósofo Gregorio Luri aborda la esencia de la existencia humana en ‘Pequeña Filosofía de lo Inacabado: La Dignidad del Mediocre’ (Ediciones Encuentro), ofreciendo una profunda invitación a reconciliarnos con nuestra propia naturaleza. Lejos de ser un insulto, el término "mediocre" se convierte en la base de nuestra dignidad y singularidad.
El ensayo se presenta como un viaje filosófico para mostrar que nuestra condición de seres intermedios —ubicados entre la animalidad y la divinidad, y entre el ser y la nada— es, en realidad, la fuente inagotable de nuestra dignidad.
Etimológicamente, ser mediocre deriva del latín ‘mediocris’, que significa "calidad media". Luri rescata una interpretación más activa y reveladora, entendiendo al mediocre como aquel que ha alcanzado la "media ascensión" de una "montaña escarpada" (‘medius’ y ‘ocris’), y que por lo tanto puede decidir si continuar ascendiendo o empezar el descenso.
Esta metáfora refleja que los humanos somos seres que hemos venido al mundo y nos vamos de él "a medio acabar" y es precisamente este inacabamiento lo que nos otorga la libertad y la voluntad para poder terminarnos a nosotros mismos. Y eso se hace especialmente a través de la educación. Luri se reivindica sobre todo como maestro, y recuerda lo que le dijo su madre, a la que enseñó a escribir: “Mi madre, que era analfabeta, me dijo: estudia para que puedas presentarte en cualquier parte. Es la mejor definición de educación”.
Nuestra existencia se desenvuelve en la oscilación constante entre el orgullo y la decepción, entre el deseo de mejorar y la inclinación a envilecernos. Esta situación intermedia hace de nosotros animales metafísicos, cuya realidad es un "ensamblaje" (unión de forma y materia). Aunque somos seres frágiles que tropiezan y se equivocan, es nuestra resistencia continua, nuestra "guerrera incesante contra la inercia," la que dignifica nuestra mediocridad.
El mediocre debe batallar contra el tiempo y la fugacidad, ya que todo cuanto ama está "tocado por la muerte". El esfuerzo por delimitar la acción de la naturaleza para preservar la cultura debe ser tenaz, lo que nos permite levantar "murallas contra el tiempo" para construir lo humano. La dignidad del hombre radica en la capacidad de proyectar imágenes sobre sí mismo para hacer de su biografía "una obra de valor", manteniendo la conciencia de que poseemos la "semilla de sí mismos".
En última instancia, Luri nos recuerda que el mundo de la vida, humilde y "diversamente doxístico", es un lugar de singularidades insustituibles, reservado para los mediocres. La filosofía de lo inacabado nos invita a aceptar que no podemos vivir en lo acabado, sino en la tensión de hacernos. La muerte siempre nos encontrará "a medio hacer," pero nos puede encontrar "haciéndonos," lo que constituye la medida de la honestidad del mediocre.

