En la isla más escarpada del mundo hay unas trescientas cuevas utilizadas como vivienda a lo largo de todo el litoral. De una gran cueva se abren otras mucho más pequeñas. Un auténtico asentamiento donde sus vecinos celebran hasta fiestas. Son las residencias de verano de muchos palmeros. Cavarlas les ha costado sudor y lágrimas.
Los días pasan entre baños, pesca y vinitos con el sonido de mar de fondo. Ni un coche, ni un móvil, ni una televisión, el tiempo se ha parado en medio del Atlántico.
El mar, o un camino largo, pedregoso y escarpado es el único modo de acceder a unas viviendas hasta las que se llevado cargando a pulso, camas, cocinas e incluso frigoríficos. Eso sí, todas con vistas al mar.
Todas las cuevas están amenazadas por la Ley de Costas. "Quizás estaría bien que no dejen construir más" afirma una de las vecinas de estas grutas.