Rumbo a la Antártida (1 de 3)

cuatro 13/02/2009 17:38

¡Hola amigos! De nuevo estoy inmerso en otro DESAFIO EXTREMO. Esta vez sólo he tenido cuatro días descanso, desde la expedición a Cordillera Darwin. Sigo en Ushuaia, la que dicen es la ciudad más austral del planeta.

Hoy han llegado Nacho Vidal, nuestro amigo con el que hemos compartido más expediciones, al igual que María March, a la que ya conocéis del Polo Norte. Kike tiene que marcharse pues le ocupan otros asuntos, por lo que en esta expedición estaremos: Nacho, María, Emilio, y yo, además de cuatro amigos argentinos que nos ayudaran en la expedición: Luis Turi, Matías, Nacho (“el Niño”), y Marcelo. Todos nos hemos embarcado en el velero Australis propiedad de un australiano llamado Roger, y una ayudante también australiana llamada Any.

Este velero tiene 22 metros de largo, y un mástil de 23 metros. Es un buen velero, aunque a mí me parece una cáscara de nuez para navegar por los mares mas difíciles del mundo rumbo a la Antártida. Pasamos aduana en Ushuaia, pues es Argentina, y zarpamos después de las compras para al menos 8 semanas de vida a bordo.

Nuestro primer destino es Puerto Wiliams, que está a unas horas, en la isla de enfrente que se llama Navarino. Tenemos que llegar hasta aquí por hay que pasar aduana en Chile, pues queremos desembarcar en alguna base chilena y necesitamos este permiso, además de querer visitar el último puerto pesquero, que sin duda es el más austral del mundo: Puerto Toro, y bajarnos en el Cabo de Hornos, donde habitan unos militares que son los últimos humanos del hemisferio sur. Todo ello en territorio chileno.

Llegamos a Puerto Wiliams, hacemos los trámites en este peculiar pueblo de unas 2.500 personas, la mitad militares, que controlan la frontera que tantos problemas han tenido a lo largo de la historia con Argentina. Aquí pasamos la noche y zarpamos hacia Puerto Toro. Una localidad pesquera de tan solo 15 personas. Sí, habéis oído bien: sólo viven 15 personas, y en la época de mayor apogeo de la pesca de centollas, llegan a ser 30.

Atracamos con nuestro velero, en esta aldea marítima y los primeros habitantes que encontramos son dos niños que juegan con una escopeta y una pistola de juguete. Les preguntamos por sus papas para hablar con ellos, pues nos parece increíble que puedan vivir aquí solo 15 personas. Los niños nos acompañan a sus casas y por el camino nos dicen que son en total dos niños y dos niñas, y nadie más para jugar.

La primera familia es muy atenta y nos invitan a tomar algo en su casa. Él es militar del ejército chileno y está aquí destacado con su mujer y suegra. Vamos, que está el amigo como para enfadarse con la mujer o la suegra, tendría las de perder. A mí pregunta de si no se aburren la respuesta es que no se piensa en eso, simplemente ha tocado vivir aquí.

Conocemos a otro militar, pues casi todo el pueblo está en los pequeños botes pescando centolla. Este militar nos enseña el puesto y es curiosísimo. Hay una cárcel de tres metros cuadrados de madera con unas rejas que está llena de cosas personales, como si fuera un almacén. Yo le bromeo y le digo que qué hace si arresta a alguien, dónde le va a meter, pues supongo que aquí nunca nadie ha sido arrestado. La sorpresa es la respuesta: aquí ya hemos tenido dos arrestos.