Rym, elegida por los conquistadores como ‘la madre de todas las princesas’

cuatro.com 08/03/2016 00:38

Tras un largo camino, a las princesas les tocaba escribir aquello de ‘Y fueron felices, y comieron perdices”. De blanco y radiantes, las tres princesas pisaban la alfombra roja hasta llegar al encuentro de Luján Argüelles, que les guiaba en el capítulo final del cuento.

Marta era la primera de ellas, la princesa tradicional que llegó convencida de que quería vivir su gran historia de amor, llegaba nerviosa y con un look de princesa de cuento. Le seguía Rym, una vez más todo lujo y glamour, de largo y con pedrería. Y, para terminar, pisando muy fuerte veíamos a la princesa de hierro, Yiya, con un vestido corto y ajustado: “Si la satisfacción es correlativa a la belleza, estás encantada”, le decía la presentadora.

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Y con las princesas esperando, los conquistadores hacían su entrada. Como dos galanes, así aparecían Umberto y David. Rym explicaba que con Umberto había tenido una conexión muy positiva desde el principio, aunque confesaba que con David, este feeling era “especial”.

Marta contaba que, a pesar de sus iniciales recelos, la presencia de otras dos princesas en el reino le había ayudado a guiarse en el camino. Sus chicos, Padilla y Mateo, llegaban dispuestos a convertirse en sus príncipes y ella apuntaba que con Mateo compartía “el mismo carácter andaluz”, lo que provoca el feeling entre ellos, mientras que Padilla fue el primero que eligió, le ha podido conocer bien y merecía estar en la final.

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Yiya esperaba a sus chicos y confesaba que se había sentido comprendida, aunque sobre todo “con el silencio”. Borja y Juan Carlos se colocaban junto a ella y Luján tenía una sorpresa para la princesa. No era Joaquín Sabina, como Yiya esperaba, pero sí sonaba una de sus canciones, ‘Princesa’.

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Rym, la reina del reino de las tres coronas

Antes de que eligieran a su príncipe azul, los conquistadores tenían que tomar una decisión: elegir a 'la madre de todas las princesas'. Pedro, asesor de Rym, entregaba una caja a Luján Argüelles y no contenía sapos, sino guantes con los colores de cada una de las princesas. No tenía por qué elegir a su chica, como era de esperar, aunque casi todos eligieron a la princesa de su particular cuento. El único que cambiaba de opinión era Juan Carlos, que cree que Rym reúne todos los requisitos. Así, Rym era declarada la reina del reino de las tres coronas, para estupor de Yiya.

Rym elige a su ‘habibi’Rym

El protocolo estaba claramente establecido: la princesa tenía que elegir a su príncipe pero, antes, debía hacer toda una declaración y, una vez pronunciado el nombre, el aludido tenía que arrodillarse ante un reclinatorio y esperar a que su princesa le coronara. Sin embargo, Rym estaba a punto de decir el nombre de su ‘habibi’ sin explicación alguna y David, nada más escuchar su nombre, se lanzaba a sus brazos. Todo eran besos y sonrisas entre príncipe y princesa. Luján Argüelles, a pesar de su desobediencia, se dejaba llevar por la emoción del momento.

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Todos gritaban ‘¡Que se besen!’, pero la princesa quería decir algo a Umberto, su otro conquistador: “Gracias por todo, lo he intentado pero no me salía. No quería equivocarme pero que sepas que me tienes aquí”; y Umberto, evitando mirarla, le decía: “Me tienes como amigo, ya sabrás si te has equivocado o no”.

El ‘pique’ de Yiya

Yiya era la siguiente en tomar su decisión pero, antes, tenía que resolver algo con Juan Carlos. No le había elegido como la princesa del reino y su molestia era evidente: “Juan Carlos se hizo pequeño a mi lado y, por supuesto, al lado de Borja”; “no lo veo así”, replicaba el pretendiente y decía: “es muy buena como amigo, como colega y creo que la que reúne los pilares de una princesa es Rym”.

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Yiya sigue dudando con Borja: “Quiero pensar que esto no es amor, pero lo mismo lo es”

“La noción del silencio que me has enseñado la desconocía, eso me ha convertido en otro tipo de persona en determinados momentos y a pesar de lo dificultoso que ha sido para ti conocerme y para mí conocerte, sé muchas cosas de ti que no querías enseñarme y a la inversa”, decía Yiya a Borja. La princesa dice mantener su teoría del “amor para toda la vida”, Luján le pedía que tomara su decisión y ella, que seguía sin saber explicar lo que le sucedía, sacaba su ‘chuleta’ y decía: “Él hace que me pase esto, que me quede en blanco, quiero pensar que esto no es amor pero lo mismo lo es…”

Hecha esta aclaración, Yiya leía: “No puedo decirte adiós porque eres un rey como el que esperaba encontrar, quizá esto me asusta, sigo teniendo el problema de que soy una cobarde y no sé…”, la princesa se interrumpía, lloraba y abrazaba a Borja. Desoyendo las instrucciones de la presentadora, iba a por su corona y se la ponía al conquistador: “Yo soy una plebeya pero tú sí eres un rey”, le decía.

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Ramiro irrumpe en la decisión de Marta

Marta quería vivir su cuento de hadas pero la desilusión se había apoderado de ella. Tras descubrir que Mateo no se fijó en ella al principio le hacía dudar tanto que pedía el consejo de la presentadora. Lo que menos podía esperar es que sus dudas aumentaran con la irrupción de alguien: ¡Ramiro!

“Vine porque sentía que tenía que venir, no quería faltarle el respeto a mis compañeros pero creo que me gané el derecho de estar aquí”, decía Ramiro para sorpresa de Marta, que no podía evitar demostrar su enfado. “Lo que te dicte tu corazón”, decía su tía Chari y Luján le aconsejaba en la misma dirección: “Lo único que importa es que una decida lo que le pide el corazón”.

Y Marta tomaba una decisión. Recordaba las cosas buenas que pasaron con Ramiro, explicaba que ya se había centrado en Padilla y Mateo y confesaba que, aunque el andaluz le había matnenido ilusionada hasta casi el final, esa ilusión se había convertido en decepción. “Entonces creo que…”, decía Marta y la presentadora le ayudaba: “Que ni Mateo ni Ramiro ni Padilla”; “no”, concluía ella, rotunda.

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“Pues nada, nos quedamos solas, mira por primera vez en la vida me quedo con compañera”, concluía Luján Argüelles y empezaba la fiesta. La música sonaba, el confeti volaba y todos (menos Umberto), recorrían la pasarela haciendo la conga. Descorchaban botellas, se tiraban a la piscina, se besaban y se emocionaban.

Y colorín, colorado... Este cuento se ha acabado.

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