Creer en que solo existe el “don natural” alimenta una mentalidad fija que limita el aprendizaje
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¿Por qué algunas personas son increíblemente buenas en lo que hacen? En cada clase de música hay un alumno que parece tener un don natural para tocar el piano, en cada equipo deportivo, alguien destaca con facilidad, y en cada aula, un estudiante parece que asimila las matemáticas sin ningún esfuerzo. Esto alimenta una creencia extendida: algunos nacen con “talento innato” y otros no. Pero, ¿qué hay de cierto en esa idea? ¿Es el talento algo con lo que se nace o fruto del esfuerzo disciplinado y la constante práctica?
La ciencia lleva décadas intentando responder a esta pregunta y los hallazgos con más complejos de lo que parece. Es cierto que existe una base genética que influye en las capacidades, pero los investigadores coinciden en que el esfuerzo, el entorno y la práctica deliberada son los factores que marcan la diferencia.
El mito del “don natural”
Históricamente se ha venerado la idea del genio: una persona dotada de capacidades extraordinarias desde la infancia. Mozart, que componía antes de los diez años, o Picasso, que pintaba de forma magistral en su adolescencia, alimentaron esa creencia. Sin embargo, cuando se revisa su historia con detalle, se observa un denominador común: ambos tuvieron acceso temprano a entornos donde la práctica intensiva era parte de su vida diaria.
La psicología cognitiva advierte que creer que existe el talento innato absoluto es peligroso, ya que genera una “mentalidad fija”, en la que los errores son vistos como pruebas de incapacidad y no como oportunidades de mejora. En cambio, al fomentar una mentalidad de crecimiento, se puede entender que las habilidades se desarrollan con la práctica y persistencia.
En cuanto a lo que dice la genética, los estudios muestran que sí que existen predisposiciones: la altura puede favorecer el baloncesto, una buena coordinación rítmica ayuda en la música y ciertas habilidades cognitivas se heredan en parte. Un estudio de Plomin y von Stumm, concluye que entre un 30% y un 60% de las diferencias en capacidades intelectuales pueden atribuirse a la genética.
Pero los genes no van a determinar el destino. La epigenética demuestra que el entorno y la experiencia moldean cómo se van a expresar esos genes. De esta manera, un niño con predisposición para la música necesita instrumentos, clases y práctica para desarrollar ese potencial. Sin estas condiciones, el talento se diluye.
La importancia de la práctica deliberada
En los años noventa, el psicólogo Anders Ericsson investigó cómo alcanzan la excelencia músicos, ajedrecistas o atletas. Su conclusión: el éxito no depende solo del talento, sino de la práctica deliberada. No basta con repetir algo: se trata de entrenar con intención, corrigiendo errores, recibiendo retroalimentación y buscando siempre superar el nivel anterior.
Esto inspiró la popular “regla de las 10.000 horas” difundida por Malcolm Gladwell en Outliers, aunque la ciencia ha matizado esta cifra. Un metaanálisis de la Universidad de Princeton con más de 11.000 participantes concluyó que la práctica explica aproximadamente un 12% de la variación en el rendimiento en actividades cognitivas y un 26% en habilidades de juego como ajedrez, pero no lo es todo.
Esto quiere decir que la práctica es necesaria, pero no suficiente. Factores como la genética, la motivación, la calidad de la enseñanza y el entorno también tienen un papel esencial.
El sesgo de lo “innato”
¿Por qué seguimos creyendo tanto en el talento natural? Los psicólogos tienen una respuesta para ello. Se denomina “sesgo de lo innato”. Se tiende a valorar más algo si pensamos que es un don natural que si se trata de el resultado de la disciplina. Experimentos realizados en la Universidad de Harvard demostraron que cuando a los participantes se les decía que un pianista era “un genio natural”, lo valoraban más que si se les presentaba como “muy trabajador”, incluso cuando la interpretación era exactamente la misma.
Este sesgo no solo distorsiona cómo se admira a los demás, sino también cómo nos vemos a nosotros mismos. Esto puede llevar a infravalorar el esfuerzo y desanimar a quienes no se consideran “talentosos de nacimiento”.
De estos talentos innatos con esfuerzo disciplinado hay varios ejemplos: Rafa Nadal no se hizo campeón solo por talento, ya que su carrera está marcada por una ética de trabajo incansable, rutinas de entrenamiento extenuantes y una capacidad mental poderosa para resistir la presión. Por otro lado, Mozart fue considerado un niño prodigio, pero lo que no se cuenta es que empezó a tocar a los tres años bajo la estricta supervisión de su padre Leopold Mozart, un músico experimentado.
Albert Einstein solía insistir en que él no era más inteligente que los demás, solo que tenía una mayor capacidad para perseverar en un problema durante más tiempo. Por último, Pablo Picasso era un artista, pero a veces no se tiene en cuenta que produjo más de 13.000 pinturas y 100.000 grabados, su “genialidad” se forjó de la práctica constante.


