Bienestar

El arte de no hacer nada: por qué es el plan más productivo para tu cerebro y cómo hacerlo sin culpa

Descansando sin tener que hacer nada. Pixabay
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En una sociedad cada vez más obsesionada con la productividad y la multitarea, pararse y no hacer nada parece casi un acto de rebeldía. Sin embargo, la neurociencia y la psicología llevan años advirtiendo que esos momentos de aparente inactividad son, en realidad, un combustible esencial para el rendimiento mental. El descanso es fundamental para la salud y el bienestar en general. Este incluye la relajación física, psicológica y mental y permite que el cerebro pase de resolver problemas a soñar despierto.

Un cerebro en reposo no está parado

Cuando dejamos de concentrarnos en una tarea, el cerebro activa un entramado llamado red neuronal por defecto (Default Mode Network o DMN). El neurólogo Marcus Raichle la identificó como “crucial para la introspección, la consolidación de la memoria y la generación de ideas”.

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Según la British Psychological Society, dejar que la mente divague ha demostrado favorecer beneficios cognitivos y emocionales que sorprenden, además de potenciar la creatividad y el pensamiento abstracto, así como la inteligencia emocional. Por si no fuera suficiente fortalece las conexiones neuronales e incluso puede ayudar a proteger frente a trastornos como la depresión y la demencia. Incluso cuando la mente ‘se queda en blanco’, investigaciones recientes muestran que la actividad cerebral imita los patrones del sueño profundo y puede llegar a cumplir un papel restaurativo similar a un mini-reinicio, especialmente en momentos de fatiga.

Un estudio de la Escuela de Medicina de Harvard comprobó que “el sueño, e incluso un descanso breve en estado de vigilia, sirve para mejorar la capacidad para resolver problemas y potencia el pensamiento creativo al reforzar las conexiones entre ideas no relacionadas”.

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Pausas: la dosis justa para resetear

La clave no es solo descansar, sino hacerlo de forma regular. El médico Mario Alonso Puig recuerda que “nuestro cerebro necesita pausas cada 90 minutos. Son necesarios momentos de silencio o desconexión mental. Estos ayudan a restablecer la atención, mejoran el estado de ánimo y reducen los niveles de cortisol, la hormona del estrés”.

La ciencia también respalda las micro-pausas. Una investigación publicada en ScienceDirect observó que los descansos activos de 5 a 10 minutos reportan un mayor efecto en la mejora de los niveles de concentración y atención al realizar una tarea académica. En definitiva, estos descansos permiten que el cerebro descanse y se recupere, lo que mejora la capacidad de aprendizaje y la retención de información… además, pueden reducir el estrés y mejorar el estado de ánimo.

Tan importante es que esta práctica de ‘no hacer nada’ tiene una palabra para definirla en algunos idiomas. Es el caso de los Países Bajos con ‘niksen’. Al fin y al cabo esta práctica ayuda a relajarse, fomentar la creatividad y mejorar el funcionamiento cerebral. También puede reducir la ansiedad, ralentizar el envejecimiento y fortalecer el sistema inmune.

De la meditación al paseo

No se trata de pasar horas tumbados sin rumbo mental, sino de diseñar pausas que faciliten la desconexión. La meditación, por ejemplo, afecta tres redes cerebrales: la red neuronal por defecto, la red de control ejecutivo y la red de saliencia, mejora la atención, la concentración y disminuye la actividad de la amígdala, relacionada con el estrés. En solo cinco a diez días, ya se observan cambios significativos.

Para otros, dejar vagar la mente es suficiente para potenciar la creatividad y reforzar conexiones neuronales. El descanso permite que la mente pase de resolver problemas a soñar despierta.

La conclusión es clara: dejar espacio al cerebro para divagar, descansar o quedarse en blanco no es una pérdida de tiempo, sino una inversión directa en memoria, creatividad y bienestar. Tal vez la verdadera productividad empiece cuando nos damos permiso para no hacer absolutamente nada.