Nutrición

La cara oscura de los chicles, una golosina tradicional: su consumo deja 30.000 microplásticos en el cuerpo

De esta curiosa forma los limpian en las calles de Madrid. IMAGEN: Adrián Alonso, Eduardo Payán.
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MadridLos chicles son una de las golosinas más habituales. No son alimentos, pero muchos los comen a menudo para engañar al estómago, para combatir la ansiedad o por el sabor dulce. Pero son ya varios los estudios que han comprobado que tienen más contras que pros. Uno de ellos es que son uno de los pocos productos que es imposible reciclar y que se quedará durante años en la acera en forma de mancha negra.

Pero no solo eso. Tanto en pastillas como en tiras, los chicles dejan cientos de microplásticos en nuestros cuerpos. Es preocupante porque, aunque no lo parezca, contienen el mismo compuesto que un neumático, una botella de plástico o que la cola con la que se pega la madera.

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Por cada chicle, ingerimos 100 microplásticos

Cada vez que mascamos un chicle liberamos cerca de 100 microplásticos en nuestro organismo. Si consumimos una media de 160 al año, uno cada dos días, estaremos ingiriendo 30.000 piezas microscópicas de plástico. Lo explica la nutricionista Sandra Moñino: "Al final el chicle es un mismo plástico que estamos mascando constantemente y al final esos pequeños trocitos se van quedando en nuestro cuerpo".

Los edulcorantes hacen que la goma de mascar sea muy inflamatoria. Aunque sean de frutas, de natural tienen poco. "Son de una alta toxicidad y ese exceso de edulcorantes puede afectar al aparato digestivo y a la microbiota", asevera Moñino.

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Contaminación dentro y fuera del cuerpo

A parte de su nulo valor nutricional, el chicle no es biodegradable. Es el residuo más abundante después de las colillas. Son esas manchas negras en el suelo, que abundan por doquier en cualquier plaza o acera del centro de las ciudades. Si no se limpian, tardan muchos años en desaparecer.

En Madrid existe toda una unidad de servicios de limpieza dedicada a acabar con ellos. Los operarios utilizan un sistema ecológico: van ataviados con mochilas llenas de un líquido disolvente y mangueras para esparcirlo. En la punta, además, tienen un cepillo para rascar. La receta infalible la desvela Rafael Osorio, limpiador: "Es un caldo que procede de la remolacha y que, con calor, desintegra los chicles".

En una hora, según cómo de concurrida sea la zona, pueden limpiar hasta 50 metros cuadrados de acera. "Si no, duran años, y con ellos sus bacterias", explica Osorio. Concretamente hasta 10.000 bacterias que provienen de la boca de quien lo haya mascado. Restos que los viandantes pisan sin ser conscientes. Ya estamos incluso habituados a verlos, y normal, teniendo en cuenta que se fabrican casi dos billones al año que generan 730.000 toneladas de goma sintética que nunca se reciclará.