"Casa Bravo" gana ofreciendo sencillez y prudencia

cuatro.com 26/08/2011 22:30

Casa Bravo, sencillez y calidad

Gema y Jorge, “propietarios” de Casa Bravo, un mesón de temática rústica, dieron de comer a 30 comensales y se ajustaron al presupuesto: 600 euros justos entre decoración, uniformes y comida. Consiguieron transformar su garaje en un refinado mesón. Su arma secreta: un guitarrista flamenco que animaría el ambiente, lo cual les vino de perlas, ya que entre su clientela se encontraban clientes chinos.

La pareja se decantó por un menú sencillo y sabroso, 3 primeros fríos, dos calientes y dos postres. Sencillas recetas con productos de la tierra, que bien presentadas no darían problemas al cocinero.

La pega común entre los comensales fue la sensación de agobio de los camareros, se notaba su inexperiencia en las prisas por cumplir con los turnos, y aunque hubo algún que otro fallo con cafés que picaban, clientes alérgicos al pescado y disgustados por el salmorejo, en términos generales, los comensales estaban de acuerdo en que la comida era de buena calidad y el cocinero sabía lo que hacía.

Se notó en la recaudación, con 30 clientes consiguieron casi mil euros, se nota cuando las cosas se hacen con cariño.

La Fonda de los horrores...¡un horror!

Amaia y Álex pecaron de pretenciosos, mintieron descaradamente a la otra pareja en cosas que eran demasiado evidentes, como los comensales. Dijeron que darían de comer a 21 clientes, porque preferían “calidad a cantidad”, y se dejaron en evidencia cuando decidieron doblar el número sin tener espacio ni personal suficiente para cubrir la demanda.

El arma secreta del restaurante, “La Fonda de los horrores” era la ambientación terrorífica, dieron de comer a 42 comensales, gastaron un presupuesto de 596 euros e hicieron dos turnos.

Su menú fue demasiado pretencioso: platos demasiado enrevesados y poco descriptivos, quisieron despistar a la otra pareja con los nombres de los platos y consiguieron crear demasiada desconfianza en los comensales. La clientela no sabía lo que comía, hacía demasiado calor en la sala, el vino estaba caliente y no todas las mesas disfrutaron de las mismas raciones.

Desde el principio su aventura fue un despropósito: gastaron parte del presupuesto en disfraces y decorado, y eso les hizo ir muy escasos con la comida. Perdieron mucho tiempo en sentar a los clientes y cuando vieron que ciertas mesas tardaban más en terminar y no llegaban al segundo turno, utilizaron muy malas maneras para levantar a la gente de sus mesas.

La actitud del personal no ayudó, la calma era algo que no existía en la cocina, se reprocharon todo tipo de errores y dejaron que el mal rollo se extendiera al comedor.