En el primer capítulo las jóvenes madres llegan a la casa llenas de expectativas: es la primera vez que están lejos de sus casas y compartir la experiencia con otras chicas de su misma edad y, en su misma situación, es todo un aliciente. Pero muy pronto los roces y las tensiones entre ellas aparecen. Un carrito de bebé, o un biberón sin lavar... bastan para desatar lágrimas y gritos. Rosa pronto destaca por su fuerte carácter: es impulsiva y generosa, es la única que se ha independizado y vive con su novio, y cuando le piden que se encargue de mantener el orden en las zonas comunes no puede evitar asumir su "papel" con todas las consecuencias.
Mientras, Pilar Lapastora y el equipo de enfermeras comienzan a detectar que algunos de los niños no están atendidos correctamente. Las especialistas analizan sus rutinas, cómo cuidan a sus bebés, el lenguaje corporal, la relación con ellos... Muchas de las jóvenes madres carecen de la información y de la experiencia suficiente porque han sido las "abuelas" las que han llevado el peso del cuidado de los bebés.
Niños que aún no gatean, que apenas están estimulados o que no están bien alimentados y madres adolescentes nerviosas y cansadas que casi no duermen y que no se atreven a bañar solas a sus hijos, como Tania, que prefiere lavar a su hijo con toallitas, porque le da terror que se le caiga.
Pero en la casa hay una persona que está totalmente dispuesta a enseñar a los demás cómo se tienen que hacer las cosas: Rosa está dispuesta a cuidar, alimentar y medicar a todos los niños y así demostrar que es la más preparada.