Crítica | El Bar, esperpento de tasca

EUROPA PRESS - Israel Arias 24/03/2017 11:47

Valiéndose de los estereotipos de los que tanto gusta su realismo hipertrofiado -un hipster empantallado, un mendigo borracho, una pija remilgada, una ama de casa ludópata, un policía acabado, un comercial divorciado, un camarero voluntarioso y pusilánime y una dueña cínica y resabiada-, De la Iglesia va desgranando, con el miedo primero como detonante y después como elemento azuzador, un completísimo catálogo de las más execrables bajezas de nuestra condición.

Y cuando una misteriosa amenaza exterior encierre a estos ocho especímenes dentro del local, entre lo chabacano, lo cutre y la ponzoña una de esas 'virtudes' que les adornan se erigirá para reinar sobre el resto: el egoísmo. Ese virus contra el que no hay vacuna se propagará entre los parroquianos con la misma rapidez que se reproducen las bacterias y parásitos que a buen seguro se acumulan en las esquinas de la cochambrosa barra de El Amparo y que De la Iglesia -el que avisa no es traidor- ya ha mostrado en los títulos de crédito.

Sálvese quien pueda... o, más bien, quien tenga estómago suficiente para ir más lejos y sea más mezquino. Este será el grito de guerra en un castizo juego de eliminación planteado de forma perversa, inteligente y divertida por De la Iglesia y su habitual compinche, Jorge Guerricaechevarría.

Pero en su afán por ir a más en el terreno en el que se siente más cómodo, y en el que más y mejor ha brillado su cine, el de lo grotesco y lo excesivo, De la Iglesia rompe demasiado pronto la baraja para llevarse su mordaz esperpento de tasca hacia otros lugares en los que pierde el brío y la agilidad de su vigorosa y eficaz primera mitad. El segundo plato que sirve el menú del día de este bar sigue estando cocinado con empeño y mucha mala baba, pero en su afán por llenar el plato a rebosar... hace aguas. Fecales, eso sí, como requería la ocasión.