Barbacena, la ciudad manicomio en la que murieron atrozmente 60.000 brasileños: Iker Jiménez advierte de la dureza de las imágenes

  • Durante 90 años un manicomio brasileño encerró contra su voluntad a miles de enfermos mentales

  • Los familiares de personas con trastornos psicológicos abandonaban allí a sus enfermos

  • Las autoridades también llevaban hasta allí a alcohólicos, prostitutas y homosexuales

Durante décadas, la población brasileña de Barbacena, situada a 500 kilómetros de Sao Paulo, fue conocida como la ciudad de los locos. El hospital Colonia, que estuvo 90 años en pie, se convirtió en un depósito en el que las familias abandonaban a sus enfermos aunque también la policía deportaba a personas que aparentemente vivían al margen de la sociedad.

Alcohólicos, prostitutas y homosexuales eran obligados a subir a los trenes que conducían a estos pabellones infectos. Las perturbadoras imágenes de archivo que ‘Cuarto milenio’ ha ofrecido en este último programa son la última prueba del lugar en activo, unas imágenes en las que los pacientes se amontonan tirados en el suelo, hacen cola para conseguir su ración diaria de puré o intentan hacer fuego para calentarse del frío de la montaña.

Al poco tiempo de la inauguración, el número de ingresos superó con creces la capacidad del lugar por lo que las autoridades decidieron retirar las camas para conseguir más espacio. Pese a ser conocido como hospital, el lugar carecía de personal sanitario, solo había un grupo de vigilantes que suministraban pastillas, inyecciones o terapias de electrochoque además de practicar lobotomías: “Perforaban en dos lugares el cráneo para introducir un instrumento afilado en el tejido cerebral, todo ello sin anestesia”.

Los experimentos, las infecciones, el frío, el hambre y las enfermedades terminaron provocando la agónica muerte de 60.000 personas a lo largo de noventa años. En aquel ambiente insalubre era imposible que cualquier paciente ingresado por motivos distintos a los psiquiátricos, que eran la mayoría, no terminaran también cayendo en la locura.

Y es que cada día veían cómo los trabajadores del pabellón llevaban en carretillas los cadáveres de los internos que habían muerto durante la noche para lanzarlos a las fosas comunes del cementerio que había en el interior de las instalaciones. Los cuerpos que se encontraban en mejor estado eran vendidos a la universidad.

Ahora las autoridades han decidido devolver la vida al lugar convirtiéndolo en un centro del que aprender de aquella infamia y que han bautizado como ‘El museo de la locura’, un museo que los supervivientes de aquel infierno han sido incapaces de visitar.