Al rescate de Sara

JAVIER ÁNGEL PRECIADO 29/10/2008 12:50

Han sido más de dieciocho meses viviendo y compartiendo junto a Leticia cientos de emociones y sentimientos , que comenzaban con una tremenda ilusión y acababan en el más absoluto desencanto; que surgían de la esperanza mas viva y se tornaban al poco tiempo en el más puro desaliento. Han sido dieciocho meses tratando de luchar contra la injusticia que suponía que una niña española de ocho años, hubiera sido arrancada de su madre y secuestrada por su padre, sacada ilegalmente de España y trasladada a la ciudad iraquí de Basora, lo que intuyo que es el escenario más parecido al infierno, de lo que he conocido hasta ahora.

Buscando ayuda... en vano

A lo largo de todo este tiempo, hemos hecho lo indecible porque Sara volviera a casa y hemos llamados a cientos de puertas. Hemos hablado con abogados, con policías, con jueces, con embajadores españoles, con embajadores y cónsules extranjeros, con ministros españoles, con políticos de la oposición, con viceministros iraquies, con mercenarios, con 'chorizos', con militares iraquíes, con princesas kuwaitíes, con espías, con terroristas, con milicianos, con vividores y con un sin fin de personajes, que hacían suya la causa y el dolor de Leticia, pero que a la hora de la verdad, era lo único que hacían: manifestar el horror de la injusticia, pero en definitiva, nada de nada.

viajando miles de kilómetros ante falsas alarmas y engaños

De Bagdad a Basora por tierra

Y por ultimo contaremos como por circunstancias del destino, y de las líneas aéreas iraquies, Leticia y yo tuvimos que cruzar por tierra los espantosos setecientos kilómetros que separan Bagdad de Basora, con temperaturas que a diario superaban los cincuenta grados, para encontrarnos con Sara, después de sortear los cuarenta y dos 'check points' del camino y los disparos asesinos de un convoy americano, que dispararon una ráfaga de metralleta a apenas tres metros del coche en el que nos desplazábamos. Y todo esto, con el corazón en un puño, después de saber que el hotel Palestine de Bagdad, donde habíamos pasado la noche anterior y donde asesinaron a nuestro Jose Couso, se había incendiado media hora después de que lo hubiéramos abandonado.

2 También contaremos la historia de David Rivas Huete, un desalmado, amoral y desvergonzado personaje: un, como dicen en la calle, 'mercenario de pastel', que le robó a Leticia, además de un buen puñado de euros, la ilusión por recuperar a su hija después de que todos los recursos legales, diplomáticos, jurídicos y policiales se hubieran ido al traste.

Han sido dieciocho meses de angustia, de engaños, de falsas promesas, de dolor y de lágrimas, que Leticia ha ido superando con el deseo de ver y encontrarse con su hija. Pero esto, al fin y al cabo, es el reflejo de lo que están pasando otros 1500 familias, donde padres o madres y, especialmente sus hijos, son victimas de secuestros parentales. Leticia, esta vez, pudo ver y abrazar a su hija Sara. Otros muchos llevan años y años esperando que esto se produzca.