Días de nervios

cuatro 23/01/2008 14:47

Día 20 de Enero, ha llegado el momento de regresar y el tiempo no está nada estable. Si las tempestades nos pillan dentro del valle, es casi seguro que en mucho tiempo no podamos regresar por la única ruta posible: la que nos ha traído hasta aquí, la ruta helada del río Zanskar.

Comienza otra aventura: el regreso.

El día 20 es muy largo. Desde primera hora de la mañana caminamos sin parar, mirando continuamente hacia arriba para vigilar las laderas verticales, cargadas de nieve, que amenazan con provocar una avalancha. Estamos en tensión y al menor ruido, miramos hacia arriba por si viene “el recado”. Sólo hacemos una parada para comer y calentarnos. El viento, las bajas temperaturas y el trabajo extra de abrir huella en una pesada nieve, nos deja extenuados. Pero en nuestra cabeza solo está caminar, avanzar, caminar, avanzar.

No sabemos si parar a dormir antes de la primera gran dificultad (aquella en la que tuvimos que escalar por paredes heladas y caminar por trozos de hierro empotrados en la pared) y decidimos democráticamente continuar. Queda una hora para anochecer y llegamos al complicado paso. Para nuestra sorpresa, el río está congelado y pasamos sin contratiempo alguno por el hielo. Ahora hay que buscar una cueva muy rápido porque es de noche. Hace mucho frío, estamos agotados y Phuntchok se acerca detrás de unos promontorios de nieve recién caída y ve un rincón que podría servir. Es una concavidad natural formada por la erosión del río en la época estival. Nos vale, no hay otra cosa y ya no podemos más.

La noche será toledana. Estamos tiritando de frío, unos encima de otros ante un ridículo fuego. Cuando estaba entrando en calor, dentro del saco, un extraño y ronco ruido nos hace incorporarnos a todos. Una avalancha se nos viene encima. Casi nos entierra vivos. Por suerte ha quedado una parte de la “gatera” abierta. Finalmente, nos dormimos.

Día 21, seguimos caminado más deprisa de lo normal, hay tensión. ¿Qué pasa? Hoy sabremos si podremos pasar el punto del río que la otra vez nos bloqueó y nos hizo cruzar los altos pasos de montaña. Si esta vez nos impide el paso, regresaríamos de nuevo al valle del Zanskar y pasaríamos allí parte del invierno sin salida posible.

Caminamos sin cesar hasta que llegamos al arrollo helado por el que descendimos de los altos valles del Zanskar en nuestro agotador y peligroso rodeo de días anteriores. En este punto reponemos energías, nos harán falta dentro de un kilómetro en el paso clave de este retorno. Emilio decide darle duro al último chorizo de León que tenemos. Comemos más rápido que de costumbre pues la ansiedad para llegar al “paso” es irrefrenable. A los veinte minutos nos encontramos con el primer obstáculo: un borde de hielo de apenas treinta cm. de ancho, muy frágil, pero nos ayuda una pequeña avalancha de nieve caída recientemente. Me ato una cuerda a la cintura y armado de un piolet, voy esculpiendo escalones en la nieve compacta. Sigo avanzando paso a paso, nadie habla, pero todos me observan. De si lo consigo o no, depende que pasemos todos y evitemos el regreso al valle de Zanskar. Avanzo, ya sólo me quedan diez metros y creo que lo voy a conseguir. ¡Sí! un paso más y llego a una repisa de hielo mas ancha. ¡Ya está! ‘Kiki soso larguelo’, grito, ya sabéis, letanía zanskari después de una gran dificultad.

Después, montamos un pasamano de cuerda para asegurar el paso a los porteadores, mientras Emilio lo filma todo, jugándose a veces el bigote.

Nos queda la segunda dificultad a tan solo cien metros. Otro paso similar. Hay una lengua de hielo reciente que se mantiene relativamente sólida por las bajísimas temperaturas del día. Al final, el frío intenso es nuestro mejor aliado y pasamos sin contratiempos.

Estamos a salvo, todo parece indicar que no tendremos que regresar al valle del Zanskar a pasar parte del invierno. Media hora después estamos en la única cabaña que hay en toda la ruta del río helado. Encendemos una hoguera. Una última mirada al valle que está enfrente, aquel que nos llevó en la ida por los altos pasos de montaña, donde disfrutamos de un paisaje casi irreal donde creímos ver el Sangri-la.

Ahora tengo dificultad para escribir porque mis dedos están entumecidos del frío. Estoy dentro de la cabañita con Emilio, Phuntsog, nuestros amigos los porteadores zanskaries y un señor que ha bajado de la aldea de Nierak y que tiene aspecto de haber vivido tres vidas seguidas. Aquí estamos todos juntos: Emilio revisando sus equipos, “Arguiñano” con su cocina a keroseno y el viejo aldeano de Nierak pegado a mi ordenador. Seguro que es la primera vez que ve uno y el pobre no entiende nada.

Amigos, no echaremos las campanas al vuelo porque todavía queda mucha aventura. La viviremos con precaución, hasta llegar al final, donde el río Zanskar se une al río Indo.

En cuatro días os escribiré desde Leh, la capital del Ladakh (India). Así sabréis como término esta increíble, maravillosa y trepidante aventura.

Jesús Calleja desde un lugar remoto en mitad del Himalaya invernal.