Autoritarios. Ejercen un gran control y autoridad sobre sus hijos. Mandan y ordenan sin ninguna razón. Por eso, los hijos tienden a adoptar una actitud tiránica o a estar deprimidos.
Colegas. Se consideran amigos de sus hijos y suelen ser muy permisivos. Al no dejar claros los límites, tampoco está clara la jerarquía familiar. Por lo tanto, se produce un sentimiento de superioridad en los hijos que puede derivar en actitudes descontroladas.
Manipuladores. Utilizan el chantaje para conseguir que sus hijos hagan lo que ellos quieren. Los hijos imitan esta actitud y cada vez que quieren lograr algo emplean el mismo método.
Sobreprotectores. Son alarmistas y miedosos. Protegen tanto a sus hijos de cualquier tipo de peligro que pueden llegar a negarles la posibilidad de relacionarse con el mundo. Además, si su hijo comete algún error, lo tapan o lo niegan.
Empáticos. Saben ponerse en el lugar de sus hijos y les ayudan a enfrentarse a aquellos problemas que les puedan surgir. Tienen un mayor control sobre sus emociones.
Los que no van al mismo compás. Son aquellos que no deciden en común lo que es lo mejor para sus hijos y, al pensar de manera distinta, se contradicen. Normalmente se da en casos de padres divorciados.