Claramente había habido un error en la identificación de Frank M. Kerrigan. Once días después del funeral, un amigo de la familia, Bill Shinker, llamó al hombre para decirle que su hijo estaba vivo. Al coger el teléfono, Frank J. Kerrigan escuchó atónito un “hola papá”. Era su hijo Frank M. Kerrigan, de 57 años que llevaba mucho tiempo viviendo en la calle debido a sus problemas mentales.
Los forenses se habían equivocado. El hombre ha explicado, según informa el diario Daily Mail, que desde la oficina forense le dijeron que no era necesaria la identificación porque la habían hecho con las huellas dactilares.
La familia organizó un funeral de 20.000 dólares y al que asistió gente que se trasladó hasta California desde otros estados como Washington.
Carole Meikle, de 56 años, hermana del supuesto fallecido dijo: “Pensamos que estábamos sepultando a nuestro hermano”. El padre admite que en la funeraria había visto el cuerpo en el ataúd, convencido de que estaba mirando a su hijo por última vez: “No sabía cómo sería su apariencia”.
Doug Easton, el abogado de la familia Kerrigan, ha explicado que los forenses no identificaron al fallecido mediante las huellas, sino a través de una fotografía antigua.