Trump se pone "en buenas manos"

Diego Lillo 21/05/2016 10:33

Basta fijarse en la que ha sido la mayor obra de arte de Manafort hasta la fecha: Viktor Yanukovich, el hombre de Vladímir Putin en Ucrania. Cuando nuestro estratega empezó a trabajar para él, estaba políticamente muerto, arrollado por la Revolución Naranja, acusado de envenenar a su rival. Recuerden la cara deforme de Viktor Yushenko tras ingerir una dosis récord de TCDD. El nivel de corrupción de Yanukóvich también era proverbial. Era el tipo de persona que tiene en su mansión un zoo, campos de golf, un galeón en un lago. Ningún político podía soñar con recuperarse de una situación así.

Pero entonces llegó Paul Manafort, un tipo callado y discreto; pero que ya llevaba cuarenta años en el oficio de príncipe de las tinieblas, manejando los corrillos de periodistas, colocando sus mensajes de campaña como entrecomillados atribuidos a fuentes confidenciales bien informadas. Manafort encargó un nuevo vestuario y un corte de pelo decente para Yanukovich, que llevaba un tupé de hampón de Los Soprano. Le enseñó a hablar con frases rápidas para la televisión. Le hizo repetir en cada mitin el lema "siento vuestro dolor" (recuerden: el zoo, el golf, el galeón del lago). Y le descubrió el arma de la polarización cultural para movilizar a sus votantes. Manafort orquestó una campaña sobre el supuesto maltrato del Estado ucraniano a la lengua rusa. Piensen en el uso político en España y Cataluña de una cuestión similar y sabrán en qué pensaba el consejero estadounidense. Él había aprendido a manejar estos debates identitarios en los años ochenta cuando coordinó para Reagan la estrategia sureña republicana, que lleva décadas apelando a estereotipos racistas para ganar votos, como Trump en nuestros días cuando embiste contra mexicanos o musulmanes.

Con la resurrección de Yanukóvich, Paul Manafort perjudicó los intereses de su país; pero también dio un nuevo brillo a sus cuatro décadas de trabajo como estratega político. Para Donald Trump es un viejo conocido. Les presentó Roy Cohn, abogado de mafiosos y antes cruzado fiel al senador McCarthy en la caza de comunistas y homosexuales que murió de SIDA, aunque él siempre prefirió llamarlo cáncer de hígado. Al Pacino retrató a su estilo a este personaje. Pero quien recomendó a Trump que escogiese a Manafort para el puesto fue este otro hombre.

El que lucía así sus pectorales para la revista New Yorker es Roger Stone, antiguo socio de Manafort junto con Lee Atwater en lo que algunos apodaron como "el lobby de los torturadores". Stone aprendió todos los trucos sucios de la política en una universidad legendaria: el Comité para la Reelección del presidente Nixon. Stone era el preferido de Jeb Magruder, que cumplió condena por el Watergate en una prisión federal. Ese pasado para Stone no es motivo de vergüenza. La foto de los pectorales no muestra el tatuaje de Nixon que lleva a la espalda.

En una campaña con momentos delirantes, Donald Trump ha dado plenos poderes a un asesor que entronca con la leyenda negra del Partido Republicano y, precisamente por eso, puede haber sido un acierto. Desplegará la estrategia del doble Trump, a la vez loco de la tele y empresario analítico, el poli bueno y el malo en un único candidato. Aunque hay que tener en cuenta que los oligarcas anteriores a los que guió Manafort sólo capearon sus dificultades durante unos años. Al final, todos cayeron por el peso de sus excesos.

P. D. Veremos qué pasa con la elección que haga Trump con su candidato a vicepresidente. Le ha encargado que le presente opciones a Arthur Culvahouse, el mismo que le dijo a McCain en 2008 que Sarah Palin era una buena idea.