Crítica | La llegada: Sobran las palabras

EUROPA PRESS - Israel Arias 18/11/2016 10:29

En su primera incursión en la ciencia ficción, género en el que por suerte para el buen nombre de Blade Runner, su lenguaje cinematográfico encaja a la perfección, este 'hacedor de atmósferas' director de cintas tan notables como Prisioneros, Sicario, Incendies o la laberíntica Enemy opta, también en perfecta consonancia con su trayectoria, por armar una cinta sobria y contenida de corte intimista y ánimo filosófico.

Basada en el premiado relato de Ted Chiang -de título demasiado revelador como para ser reproducido en estas líneas- La llegada hace bajar a los alienígenas del cielo en doce mastodónticas, austeras y monolíticas naves y después les relega a un papel instrumental, empleando el hito que supone su presencia para escarbar en la psique terrícola, en el alma del colectivo y del individuo.

La de Villeneuve es una cinta de extraterrestres en la que -con el advenimiento de los 'visitantes' como desbaratador contexto- disciplinas como la lingüística, la antropología, la semiótica o la geopolítica tienen más importancia que, por ejemplo, la astronomía o la astrofísica.

Así, huyendo de los fuegos de artificio que tanto se estilan en esta suerte cinematográfica, y centrándose en el desafío que supone obrar el milagro de la comunicación con una forma de vida desconocida, es precisamente como el guión de Eric Heisserer (Nunca apagues la luz), apoyado de forma decisiva en la portentosa banda sonora de Jóhann Jóhannsson, logra alimentar la tensión, la intriga, la urgencia ante la necesidad de avanzar en un momento clave de la historia de la humanidad. Y lo hace, gracias también a la certera fotografía de Bradford Young, sin perder esa sensación de verdad que de principio a fin inunda toda la película.

Y es que una de las dos grandes virtudes de esa enorme película que es La llegada, más allá de su singular propuesta conceptual, su brillante ejecución y su valiente resolución, es su capacidad para generar en nosotros, ingenuos terrícolas, un halo de veracidad que nos hace creer casi a pies juntillas que si habitantes de otros planetas llegaran a la Tierra lo que ocurriría no distaría mucho de lo que se muestra en pantalla. Esa es la clave para que las arriesgadas y, sí, por qué no decirlo, pretenciosas reflexiones que Villeneuve pone encima de la mesa vayan calando como lluvia fina en la mañana de un día gris.

Evidente. Es mucho más difícil invitar a filosofar sobre conceptos tan densos como la pérdida, la incomunicación, el tiempo, el amor, la arquitectura cerebral o el sentido de la vida mientras se ve Campo de batalla la Tierra que cuando se está ante Encuentros en la tercera Fase, Contact o Interstellar.

La otra gran virtud tiene nombre y apellido: Amy Adams. No hay que decir más.