Un agujero que te lleva al mismísimo infierno (1 de 2)

cuatro 18/06/2009 17:19

Hola amigos, de nuevo estoy a las teclas para contaros nuestras aventuras en el Ártico haciendo submarinismo, junto a mis amigos Emilio Valdés, Oscar, María March, y Fernando “Tigre”.

Ya hemos pasado un buen susto en la grieta que se nos cerró, y aún nos sucederán más cosas…

Ayer asistimos a algo a lo que nunca nos acostumbraremos, que nos resulta muy duro, pero que intentamos comprender.

Hemos visto a los esquimales cazar una ballena narval macho con un precioso cuerno.

Le han disparado y después alcanzado con un arpón para traerla a la costa.

Unos diez cazadores trabajando en grupo la han despedazado en media hora, y ya está.

Ellos tienen comida y nosotros asistimos pasmados a la desaparición de un narval.

Pero ellos nos dicen que nosotros comemos carne de vaca,  pollo, cerdo. ¿Cuántos matamos?. Tienen razón. Aquí no hay árboles, ni cosechas, ni nada que cultivar. Sólo hay pesca y animales que viven en el Ártico y esa es su fuente de comida. Necesitan ese alimento y dicen que son una pequeña etnia comparada con el resto del mundo, donde no influye en absoluto en el descenso de estos mamíferos. Repiten una y otra vez: somos muy pocos y hay muchos miles de narvales y focas. ¡Es la vida!

Así regresamos a nuestro campamento pensando en esas palabras, viendo a las buenas gentes del Ártico despedazar el narval, pero en la retina está la sangre del hermoso animal.

Necesito de más tiempo para digerir todo esto…

Nosotros planificamos nuestro siguiente buceo. Queremos hacer un agujero en el hielo y descender en mitad de la banquisa y explorar ese oscuro y misterioso mundo que se esconde debajo del mar helado.

Este es el lugar más aislado y peligroso para bucear. No hay referencias, ni hacia abajo que hay más de 1000 metros de profundidad, ni hacia ningún  lado, sólo agua negra pues casi no pasa la luz debajo del hielo uniforme.

Es vital no perder la referencia del agujero, llevar un cordino y situarlo en la brújula submarina para encontrarlo de nuevo. Si te pierdes, no existe ni una sola posibilidad de sobrevivir.

María y Oscar me dicen que esto será lo más arriesgado que haremos y que no tenemos que perdernos los unos de los otros. Planificamos el descenso hasta el último detalle, pero no siempre las cosas salen perfectas...

Cortamos con sierras un metro cuadrado en el duro hielo. No se ve nada hacia abajo. Me pregunto que por qué me meto en estos jaleos, pero ya no hay tiempo para reproches. Tengo que hacerlo. Me concentro para serenarme. Tengo extrañas sensaciones que no me gustan.

En mitad del mar helado sólo un agujero de un metro cuadrado para descender, bucear y regresar de nuevo por el mismo sitio. Será toda una proeza.

Nos ayudará el tener intercomunicadores porque  nos mantendrá en contacto en las oscuras aguas.

Se mete María, después yo y luego Oscar. Nos juntamos y descendemos al mismísimo infierno sin perdernos de vista. Debajo agua  y más agua negra pues no entra la luz del sol. Más de mil metros de profundidad. No hay ninguna referencia. Avanzamos hacia el interior de la banquisa congelada. Encima de nosotros sólo hay hielo. No hay más salida que el agujero de un metro cuadrado.

Vamos equipados con trajes secos para soportar el intensísimo frío y estos trajes están conectados al equipo con un manguito por donde insuflamos aire a través de una válvula.

A medida que descendemos hay que ir hinchando esa válvula porque si no, la presión te aplasta y hay que rellenar el traje de aire.

Cuando me encuentro en torno a los veinte metros y sigo hinchando mi traje con la válvula, algo sucede y empiezo a subir y perder el control. Rápidamente saco el aire de mi chaleco de flotabilidad para intentar compensar, pero no resulta. Asciendo a mucha velocidad. Abro la válvula del traje para expulsar el aire del traje en emergencia, pero tampoco funciona.

Digo por el intercomunicador que tengo un problema, y al mirar hacia atrás, Oscar y María no me ven, y piensan que he bajado hacia el fondo. María desciende a toda velocidad hacia el negro abismo, y a algo más de treinta metros, se da cuenta que no he podido bajar tan rápido. Todos estamos asustados, porque mi intercomunicador, para más “INRI”, ha dejado de funcionar.