El Ibix congelado

cuatro 30/01/2008 17:54

Hola amigos, aquí estoy de nuevo, ¿pensabais que no volvería?

El 22 de enero fue el primer día que disfrutamos de lo lindo en el río.

Era como jugar a un extraño juego en el que sortear muchos obstáculos: unas veces por el margen izquierdo, otras por el derecho, ahora un poco arriba, después abajo o, con mucho cuidado, por una capa de hielo muy frágil. Si al final del día llegas a la casilla de llegada, has ganado y puedes continuar; pero si pierdes, es posible que no lo cuentes.

Ganamos y casi sin contratiempos llegamos a una cueva llamada “Hotom”.

Aquí las cuevas son muy pequeñas y tenemos que separarnos, los porteadores zanskaries en una y Phuntsog, Emilio, “Arguiñano” y yo en otra. Pronto nos damos cuenta de una cosa, la leña siempre la recogen los expertos porteadores zanskaries. Esta vez, tendremos que hacerlo Emilio, Phuntsog y yo si queremos pasar una noche digna.

Phuntsog va por libre y se encarama en una gran arbusto llamado “stukpa”, que es sin duda la mejor leña, la que más calor da y la que mas dura. Emilio y yo llevamos cuerda para traerla en fajos. Ya de vuelta, la juntamos toda y hacemos tal fogata que mi ropa se seca incluso a -20º C. Cenamos y a la cama. Bueno, mejor dicho, al suelo con la esterilla y un frío endiablado que hace que juntemos los cuerpos como enamorados.

El 23 de enero resultó otro día endiabladamente frío. Empieza el ritual: levántate deprisa, ponte el mogollón de capas de ropa, muy rápido calcetines y botas congeladas o no harás vida de los pies en todo el día, mete el saco en la funda, rellena los petates, desayuna, toma tres tazas de té hirviendo a ver si calientas. Me pongo el micro inalámbrico, estoy grabando un nuevo programa de “Desafío Extremo”, la cámara de fotos, la de vídeo. Tiemblo, tirito, sacudo los pies, hago molinillos con las manos para calentarlas. ¡Ya estoy listo! ¡No! Ahora tengo ganas de hacer de lo mío, sí, ya sabéis de lo gordo. Me quito la mochila, busco una piedra, me agacho, bajo no sé cuántas cremalleras, busco en lo más profundo de mí a ver dónde tengo los calzoncillos pues no sé ni cuántos refajos llevo, me los bajo y me autoprogramo para hacerlo todo en un minuto o todas mis partes nobles sufrirán más de lo soportable. Lo hago e intento recomponerme.

Salimos Emilio y yo. Como un autómata camino, camino y camino, hasta que de repente oímos un ruido estremecedor. Todos nos paramos, sabemos de que se trata, es una avalancha. ¿Por dónde viene? Ha habido suerte, es en la ladera opuesta, observamos en silencio como lo arrastra todo. Al principio es sólo nieve que se precipita, más tarde arranca piedras y rocas de gran tamaño hasta convertirse en un monstruo que lo devora todo y termina en el cauce de la garganta helada, justo en nuestra ruta.

Continuamos y en el camino uno de nuestros porteadores observa algo en mitad del río. Nos da la alarma y descubrimos a uno de esos antílopes, llamados Ibix, medio devorado por los leopardos de las nieves y con la mitad que queda incrustada en el hielo. Hasta aquí bien, sacamos fotos, lo filmamos y Emilio y yo continuamos pero nadie nos sigue, sacan los piolets y empiezan a picar el hielo. No comprendemos nada, después de media hora caminando siguen sin unirse a nosotros. Cuando aparecen, cantando y riendo, llevan el cadáver con ellos. Me dan arcadas, el pobre tiene las entrañas al aire.

Llegamos a una cueva y empieza la rutina de siempre, pero en vez de hacer el habitual corrillo junto al fuego, todos, menos Emilio y yo, entran en un frenesí de “Viernes 13” y se ponen a descongelar al “bicho”.

Comienzan a despedazarlo a golpes de hacha y ‘pioletazos’. Todo se llena de sangre y vísceras, las vísceras se las comerán hoy y la carne se la reparten. Yo protesto, les digo que el animal ha podido contraer una enfermedad y puede pasársela a ellos. Dicen que alguna de las avalanchas debió enganchar al Ibix y matarlo. Puede que tengan razón, pero ¡comerse un cadáver que ya se han comido otros animales me parece excesivo! Hoy ceno espagueti y ¡tienen carne! Phuntchok me dice que es de cabrito y que la compramos en Padun, le creo, pero sin que me vean la tiro a la hoguera, no puedo comer carne hoy.Llega la noche, a dormir en la cueva todos juntos como los cerditos.

Mañana será otro día.

Jesús Calleja, desde el Himalaya.