Jorge Bustos y su crónica del desamparo: “No tenemos derecho a quejarnos tanto”

No lejos del Palacio Real de Madrid se levanta el centro de acogida más antiguo y grande de España, el Centro de Acogida San Isidro (conocido coloquialmente con el Casi). Turistas y vecinos conviven allí con el colectivo más vulnerable, caótico y olvidado de nuestra sociedad: el de las personas sin hogar. Aquellos a los que no les queda nada salvo un último propósito de supervivencia. Su número sigue creciendo, silenciosamente, en el seno de nuestras ciudades. 

El periodista Bustos, subdirector del diario ‘El Mundo’, nunca pensó escribir una obra como ‘Casi’ (Libros del Asteroide). Pero al poco de mudarse –sin saberlo– al barrio de los sintecho intuyó en ellos un mensaje de dignidad herida que nos interpela a todos, más allá de la empatía momentánea o de la agenda política.  

Lo cuenta en una entrevista con Miguel Manso: “Dije que iba a mirar allí donde no quiero mirar”, explica. “La calle te destroza, hay personas que me contaron que estuvieron meses sin intercambiar una palabra con otro ser humano. Hay usuarios que tienen 45 años pero parece que tienen 70”, relata el autor de ‘Casi’. “Te das cuenta de que no tenemos derecho a quejarnos tanto”, termina.

Un año de investigación periodística sobre el fenómeno del sinhogarismo 

“Entrevisté a usuarios que incluso habían trabajado como periodistas en El Mundo”, afirma. Jorge Bustos ha encontrado en el Casi cocineros, toreros, pintores o estanqueros. También hay voluntarios y trabajadores sociales de todos los sectores y tendencias políticas, incluso empresarios exitosos que compaginan el golf con la acción social. “Dudo mucho que cuenten en sus redes sociales su trabajo cotidiano”, sentencia el periodista.  

Estas páginas desgarradoras son el fruto de un año de investigación periodística sobre el fenómeno del sinhogarismo. Pero conforman también una obra profundamente literaria, deudora de la corriente de sensibilidad que, de Solana a Baroja, señaló las llagas de la España negra con mirada piadosa y sin ápice de condescendencia o sentimentalismo. Una escritura poderosa que restituye lo segundo que pierde quien pierde su casa: el lenguaje.