Sergio Ibáñez, judoca ciego: “Para aprender nuevos movimientos, primero me los tienen que hacer a mí”

Pablo Hernández
01/06/201811:24 h.Las categorías que existen en este arte marcial a nivel adaptado son exclusivas del peso del competidor, exactamente igual que aquellos que lo practican sin discapacidad. A pesar de que cada judoca se cataloga como B1, B2 o B3 (según su grado de visión, siendo B1 la mayor deficiencia y B3 la menor), todas se mezclan y esta jerarquía resulta intrascendente. “Yo tengo 78% de discapacidad. Tengo mucha fobia a la luz porque mis conos no realizan bien su función. Cuanta más luz, peor veo”, comenta Sergio.
Por desgracia para él atendiendo a ese factor, su palmarés es brillante: campeón de España 2014 (aún era cadete), 2015, 2017 y 2018, subcampeón europeo 2017 y subcampeón mundial 2018. Tampoco se le escapa un quinto puesto en la Copa de España Junior de Judo contra rivales videntes. Todo ello logrado en la categoría de menos de 60 kilos. Por su complexión fue normal que acabaran llamándole cariñosamente Fideo. “Es del gimnasio donde entreno. Como soy alto y espigado. Me he quedado ya con eso desde pequeño”, indica.
Después de vivir “el mejor momento” de su carrera en la ciudad turca de Antalya, se acuerda de los entrenamientos y de los que le enseñaron. “De cerca puedo captar, pero para sentirlo mejor lo que intentan siempre es explicarme los movimientos haciéndomelos a mí. Ellos (los maestros) me recalcan mucho los puntos importantes”, señala. Gracias a su esfuerzo, desde septiembre ha entrado en el plan ADO tras su segundo puesto en el Campeonato de Europa IBSA de 2017. Aunque todas las salidas nacionales las cubre la federación, a veces tiene que aportar “una pequeña cantidad”, por lo que esta beca le ayuda a seguir creciendo.
Cuando compite por su club es diferente. “En las competiciones que oferta mi equipo, como ir a Francia, Copa de España o lo que yo elija, se pagan de mi bolsillo, bueno, del de casa”, aclara. Un hogar que tiene pensado dejar en breve. Aunque vive en Alagón, un pueblo de Zaragoza, piensa mudarse a la capital aragonesa por dos motivos: el judo y los estudios.
“Este año terminé el Grado Medio de Conducción de Actividades Físico-Deportivas en el Medio Natural y el que viene voy a hacer TAFAD”, apunta. “Entreno en Zaragoza. No puedo practicar tanto como quiero. Este año, hago dos sesiones dos días a la semana. Los demás días solo hago una. Me iré a vivir a Zaragoza el año que viene por el tema de estudios y cambiaré. Serían dos días a triple sesión y los demás, dos. Viviré con algunos compañeros de judo en un piso de alquiler”, explica Sergio. En mente tiene un reto enorme por el que trabaja cada día y en el que sigue una filosofía clara: paso a paso.
Al ser cuestionado por cual es el objetivo en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020, el judoca responde de forma cauta, como si se tratara de un combate sobre el tatami. “Lo primero es clasificarse”, recuerda. Prefiere no dar nada por seguro, aunque su ambición es imparable y reconoce que la plata mundial puede ser un buen augurio. “Fue la recompensa de un trabajo que lleva su tiempo. Espero que se repita y se mejore. Con ganas de más”, cierra esperanzado.
Valores de las artes marciales que ha integrado en su vida. “Hago judo desde muy pequeño. Lo que soy ahora me lo ha inculcado este deporte”, sentencia. Incluso algunos compañeros del club que ya saben lo que es vivir en una villa olímpica le han hablado de ello. “El seleccionador me contó que fue impresionante estar allí”, relata. Puede que sea el destino o casualidad, pero debutar en unos Juegos y que se celebren en la cuna del judo suena a profecía.
Será incomparable con un público entregado a tal religión. Muestra de ello fue lo sucedido en Tokyo’64, en el mítico Budokan, un estadio construido con una finalidad: albergar la final de judo entre el nipón Akio Kaminaga y el holandés Anton Geesink. El honor del país del sol naciente estaba en juego. Cuando el judoca japonés sufrió una llave en el suelo por parte de su rival, fue incapaz de rendirse ante los suyos y estuvo sobre el tatami 30 interminables segundos que silenciaron a la afición local hasta que el juez decretó al ganador. La humillación podría haber sido mayor, pero el europeo no permitió que su equipo entrara al tatami a festejar su triunfo y, acto seguido, los asiáticos se pusieron en pie y le aplaudieron. A lo mejor algún día, Sergio pueda contar que tampoco se esperaba recibir una ovación similar cuando se puso por primera vez su judogi atado a un cinturón blanco.