Son muchos los pueblos costeros que desde la década de los 60 cambiaron su forma de vida con la llegada de los turistas. Y es que dejaron el barco y las redes a un lado y decidieron construir negocios entorno a los visitantes. Peñíscola o Torrevieja es un ejemplo de cómo se puede vivir, creer y avanzar explotando el sol y las playas. Un gran reclamo para aquellas personas que no pueden disfrutar de sus encantos durante el resto del año.