Ha ocurrido recientemente en Nueva Zelanda. Lo que menos podía esperar el ladrón armado que entró a la tienda de kebabs de Said Ahmed, en Christchurch, es que éste, nada más verle, le miraría, sonreiría, y seguiría despachando el pedido de su cliente. Ni la petición del dinero, ni la máscara ni el arma lograron intimidar a la víctima.